Los recuerdos me vienen debido al fallecimiento de Nancy Reagan hace unos días pues la señora no me caía nada bien y al leer lo que relatan los distinto medios estadounidenses, me doy cuenta de que no soy la única que la malquería.
Les cuento.
Por ahí del mes de mayo de 1984, tuve ocasión de acompañar a mi marido, entonces Secretario de Hacienda, a la visita que haría a acompañando al Presidente Miguel de la Madrid y su esposa Paloma a Washington, donde los recibirían Ronald Reagan y Doña Nancy en la Casa Blanca.
Les cuento.
Por ahí del mes de mayo de 1984, tuve ocasión de acompañar a mi marido, entonces Secretario de Hacienda, a la visita que haría a acompañando al Presidente Miguel de la Madrid y su esposa Paloma a Washington, donde los recibirían Ronald Reagan y Doña Nancy en la Casa Blanca.
La visita comenzó con los consabidos discursos en el Jardín de las Rosas (Rose Garden) para luego, con el Presidente y sus acompañantes -y esposas- los Secretarios de Relaciones Exteriores, Hacienda y Comercio pasar a un saloncito a una plática de los Reagan con sus invitados.
Lo curioso es que Nancy dió órdenes a un ujier para que a las señoras nos sentaran aparte y no nos dirigió ni una palabra, lo que, para nuestras pulgas. . .
En fin.
Al día siguiente, el Presidente y sus acompañantes asistían a una reunión mañanera con el Washington Post. Yo, mientras tanto, desayunaba y leía ese diario en el cuarto cuando, al ver los monitos de la última página del diario -pues me encanta Doonesbury de Garry Trudeau-, me encuentro con un artículo incendiario del articulista Jack Anderson en que habla pestes de México y de su presidente. Obvio que yo era la única que se había adentrado en los monitos del Washington Post y por supuesto se lo comenté a mi esposo antes de la consabida reunión. No me enteré de lo que pasó al respecto y me extraña mi falta de curiosidad o inusual discreción.
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