La revista Time de hace un par de semanas comenta la existencia de un Club de Presidentes en Estados Unidos. Presidentes que no se podían ver ni en pintura, a la hora de los problemas se reunen y aconsejan al recién llegado, claro: con su anuencia o invitación. "Es una fraternidad única y exclusiva y están unidos por experiencias que sólo ellos pueden entender", dicen los autores del artículo y de un libro con el mismo nombre (Inside the Presidents Club), Nancy Gibbs y Michael Duffy.
Recuerdo, al respecto, una conversación con -aunque usted no lo crea- Margaret Thatcher que no sé si alguna vez relaté en este espacio. En aquella ocasión, la Primer Ministro de Inglaterra me preguntó qué pasaba con los presidentes de México cuando salían del poder. Ante la pregunta le contesté que la costumbre de nuestro país era que no volvieran a aparecer ni abrir la boca. Extrañada, me contestó que en Gran Bretaña había acudido a sus antecesores en ocasión, por ejemplo de la guerra de las Malvinas. No se trataba de acudir sólo a los de su partido, sino incluso a los Wigs que aún vivían. No recuerdo quién había acudido a verla a sus 92 años.
Con la alternancia, las cosas parecen haber cambiado. Zedillo ha dicho lo que piensa en Davos y es imposible callar a Fox.
Celebro la recién encontrada institucionalidad del Presidente Calderón al hacer un homenaje de cuerpo presente al Presidente de la Madrid en Palacio Nacional. Lo que me pregunto es qué se hará en adelante.
Obvio que las reuniones son en lo obscurito, pero ¿el próximo presidente llamará a Echeverría? Muchos creen que Salinas será un frecuente invitado al nuevo Club y sería de esperarse que también lo fuera Ernesto Zedillo.