Llevábamos dos sexenios sin ver el espectáculo (si, espectáculo por lo que ha significado su ausencia en la restitución de las instituciones), amén de la conmovedora ceremonia previa de cambio de poderes a las doce de la noche en Palacio Nacional en que la bandera se inclina ante el presidente saliente y, posteriormente, el nuevo presidente.
El discurso que el siglo pasado se daba en la Cámara ante diputados y senadores (e invitados), volvió como en los regímenes panistas a Palacio Nacional. Las circunstancias no daban para más. Ya los disturbios de opositores y vándalos en las inmediaciones del Congreso y en las calles del centro empezaban a arreciar.
Un poco largo y algo acartonado, del discurso la mayoría de los comentaristas han hablado bien. Destacan 13 buenos propósitos del nuevo presidente en torno a la seguridad que buena falta nos hace, la seguridad social para todos que sabemos requerirá un presupuesto creciente, la economía que va razonablemente bien pero requiere una reforma urgente, y las telecomunicaciones que vislumbran 2 nuevos canales de televisión con lo que Slim y Salinas deben estar encantados.
En cuanto a infraestructura y comunicaciones quedamos sorprendidos con la propuesta de nuevos trenes de pasajeros a diversas partes del país, iniciando con la ruta México - Querétaro y transpeninsular en Yucatán.
Los propósitos ahí están, pero su costo es inmenso. ¿De dónde se va a sacar? Me cuentan que lo mismo dijo Joe Biden.
En el Pacto por México, los 3 partidos principales dan su venia al programa de gobierno y, a partir del día primero, no ha habido minuto de descanso. Día a día conocemos (o reconocemos) a los nuevos funcionarios y sus nuevos programas con sus respectivas acciones que empiezan a ponerse en blanco y negro.
Desde hace mucho no me sentía tan tranquila. Pese a estar segura de que las lacras actuales no desaparecerán de la noche a la mañana, el camino que se traza es bueno.
Ojalá y siga así.