Con este título voy a tener varios lectores: los que me mandan buenos deseos y los que no lo creen ni medianamente posible. . . pero es cierto.
Resulta que camino -o volando- a Madrid hace unas semanas, con mi maleta de mano de menos de 10 kg. y mi bolsón, los perros amenazantes que buscan toda clase de elementos nocivos en los viajeros se pararon frente a mi husmeando todo. (¡Con el miedo que me dan a mi los perros. . .hasta los falderos!)
Pues sí, el personaje que los llevaba prudentemente con una correa se paró frente a mí y me llevó ante los aduaneros. Renglón seguido se apareció otro personaje -también amable- que me preguntó qué llevaba yo en la maleta y me pidió que abriera todo.
Ya el asunto me preocupó más. Lectora como soy de las novelas policiacas estaba segura de que algún sujeto me había introducido algo indebido -lo que fuera- en la terrible maleta. ¿Sería una bomba, una pistola, heroína. . .? ¿Qué diablos llevaba yo en la maleta para que los sabuesos hicieran que toda la cola del avión se parara a mirarme con horror?
Más pronto que tarde resultó que el objeto del delito eran mis medicinas, pues llevaba ahí alojadas -como aconsejan los médicos- las necesarias para las 2 semanas y media que duraría el viaje.
Había más: ¿dónde estaba la receta de las mismas? Jamás me la había pedido y miren ustedes que llevo tiempo viajando con ellas.
Viéndome la cara de asombro o contrición -o edad- me señalaron que debía llevar la receta siempre conmigo, de manera que junto al pasaporte, ya lo sé, hay que llevar la receta médica.
¡OTRA COSA QUE HAY QUE RECORDAR!
Resulta que camino -o volando- a Madrid hace unas semanas, con mi maleta de mano de menos de 10 kg. y mi bolsón, los perros amenazantes que buscan toda clase de elementos nocivos en los viajeros se pararon frente a mi husmeando todo. (¡Con el miedo que me dan a mi los perros. . .hasta los falderos!)
Pues sí, el personaje que los llevaba prudentemente con una correa se paró frente a mí y me llevó ante los aduaneros. Renglón seguido se apareció otro personaje -también amable- que me preguntó qué llevaba yo en la maleta y me pidió que abriera todo.
Ya el asunto me preocupó más. Lectora como soy de las novelas policiacas estaba segura de que algún sujeto me había introducido algo indebido -lo que fuera- en la terrible maleta. ¿Sería una bomba, una pistola, heroína. . .? ¿Qué diablos llevaba yo en la maleta para que los sabuesos hicieran que toda la cola del avión se parara a mirarme con horror?
Más pronto que tarde resultó que el objeto del delito eran mis medicinas, pues llevaba ahí alojadas -como aconsejan los médicos- las necesarias para las 2 semanas y media que duraría el viaje.
Había más: ¿dónde estaba la receta de las mismas? Jamás me la había pedido y miren ustedes que llevo tiempo viajando con ellas.
Viéndome la cara de asombro o contrición -o edad- me señalaron que debía llevar la receta siempre conmigo, de manera que junto al pasaporte, ya lo sé, hay que llevar la receta médica.
¡OTRA COSA QUE HAY QUE RECORDAR!
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