A I D A
Si no la primera, Aida fue una de las óperas que vi durante mi vida de niña en la ciudad de Washington. En aquel entonces, donde hoy se ubica el famoso edificio del Watergate, se ponía una concha acústica sobre el río Potomac durante los veranos para goce de los que no huían de la ciudad caracterizada en esas temporadas por altas temperaturas y peor humedad. (Creo que los mayores sólo sobrevivían gracias a los cocteles de las embajadas a los que se les sometía casi a diario.)
Fue el momento en que mis padres se dieron cuenta de que no veía bien: comenté la actuación o aria de una cantante y parece ser que el maquillaje que llevaba era muy teatral, cosa que yo no aprecié.
En fin, así las cosas, no he tenido la curiosidad de googlear quien había sido la Aida de entonces pero no se me podrá olvidar la entrada de Amneris, una regia mujer que llevaba dos leopardos cual si fueran unos cachorros de cocker spaniel, y creo pensar que iba vestida de idem. Su voz de mezzo o contralto era fue para mi un descubrimiento. Yo quería tener esa voz. Yo quería estar trepada en ese escenario representando a Amneris. La de la voz -y los leopardos- era Rise Stevens.. . . y empecé a tomar clases de canto (hacer gorgoritos, decía mi padre). De eso nada, podía dedicarme a cualquier otra cosa menos a ser contralto.
Otra Aida memorable para mi fue a la que asistimos mi hija Tere y yo en las Termas de Caracalla de Roma con camellos, creo que un elefante, una Aida bastante abundante en carnes, un Radamés como de 3/4 e intermedios aderezados de patatines y caldo cafe.
Confieso que desde hace unos años, espero con placer una visita a Nueva York para ver la ópera en año nuevo. Este fue diferente porque mi mes y medio de gripe le dio al traste mis intenciones de comprar mi boleto a tiempo y, pese a ver La Viuda Alegre en dress rehersal, gracias a la invitación de mi amiga Eugenia y la generosidad Juan Meyer. Si no vi a todas las señoras emperifolladas de fin de año vi una de mis óperas favoritas: AIDA.
La Aida de anoche el la Metropolitan Opera de Nueva York tuvo su buenas y no tan buenas. La mejor fue la espléndida voz de Marjorie Owens (estadounidense oriunda de Virginia) en el papel de Aida que, para abrir boca, hacía su debut en la Met de Nueva York. Creo que después de oírla, los demás se podían haber ido a la cama pero bueno, exagero.
En el papel de Radamés, otro virginiano, Carl Tanner, empezó a preocuparme tan pronto como apareció, que es al levantarse el telón. Como al poco tiempo empieza la Dolce Aida, se me cayó el alma a los pies. O la orquesta tocaba demasiado alto o el tenor no tenía suficiente voz. En fin, los que quisieron le aplaudieron. No obstante lo anterior, Tanner fue para más y mejor. Ya cuando había retornado vincitor, su voz había alcanzado nuevos bríos y cuanto mejor en la tumba (que ya es lo último que le quedaba).
El barítono de Georgia, George Gagnidze en el papel de Amonasro, il barbaro etiope, il re, padre de Aida es un espléndido cantante que aprovechó bien su papel. De estupenda presencia escénica -probablemente el que mejor desempeña su papel en la obra- conduce al resto del reparto con singular prestancia. (Al aparecer para recibir aplausos al terminar, por ejemplo, el tercer acto, el barítono es el que guía a los demás intérpretes a recibirlos; digamos, como si fuera el dueño.)
Para no verme muy . . .diré que Violeta Urmana en su papel de Amneris estuvo aceptable. (¿Será que ya he visto demasiadas Amneris?)
La escenografía, el vestuario y las multitudes que acompañaron a la obra fueron, como siempre, las esperadas de una puesta en escena del Metropolitan.
¿Y, la orquesta? dirigida por Marco Armiliato. Pregunto, ¿estaría tocando demasiado alto o soy yo la que dadas mis deficiencias auditivas lo apreciaba así?
Espero que me saquen de mi apuro de percepción.