lunes, 19 de enero de 2015

¡GRIPE!

Los médicos siempre me han dicho que la garganta es mi punto flaco. ¡Ya podrían haber encontrado un punto más idóneo en mi robusta anatomía!

El pediatra que nos veía de pequeños le decía a mi madre que las anginas se operan por malas y no por grandes, de manera que mi vida ha transcurrido  entre gripes eternas que a menudo me convierten en la mujer perfecta.
Sí, suelo pasar inviernos sin poder hablar o sin que me oigan durante un par de semanas.

Pese a los antecedentes, este invierno si que no me lo esperaba. Desde mediados de noviembre hasta la fecha me duele la garganta, tengo episodios prolongados de tos y ando bastante desguanzada.
Todo el mundo me receta. Toma té de buganvilia; la base es la miel con limón. Por qué no te vacunas?, me preguntan otros.

Según lo que leo y me indican los científicos que conozco, las vacunas se producen seis meses antes de que inicien las recurrente epidemias o temporadas de gripe y, cuando esta aparece, la gripe de que se trate ha mutado y solo sirve en un 23% de los casos.

Veía el otro día a un médico en la televisión gringa cuyos consejos me recordaron a la gripe aviar que tan asustados nos tenía. Los consejos eran los mismos: no salga de casa, abríguese, beba mucha agua, y, algo que me llamó la atención: lleve su propia pluma. Es decir, que si llegaras a firmar un cheque, una cuenta o una fianza, que sea con su propia pluma. Se pega como el chicle, de manera que en dos meses debo haber infectado a varios cientos de ciudadanos inocentes que no se merecían este castigo.
En la tarde volveré a hablarle al médico.
¿Me habré quedado de muestra?

sábado, 17 de enero de 2015

PERO BUENO, FRANCISCO. . .

El Pontífice argentino dice que no se puede "ofender" la religión: "Si insulta a mi madre puede llevarse un puñetazo"

 
Así se lee el encabezado del diario El País del viernes 16. Y lo primero que se nos ocurre es preguntarle ¿Y aquello de la otra mejilla?
Claro, hay que leer todo el artículo para seguir siendo más papistas que el Papa.
     
FOTO: ETTORE FERRARI (EFE) | VÍDEO: REUTERS-LIVE!
Tal vez al papa Francisco, en esta ocasión, se le haya ido la mano. Jorge Mario Bergoglio, cuyo mensaje y expresividad concitan tantas veces la aprobación de propios y extraños, realizó este jueves unas extrañas declaraciones al referirse a los atentados de París durante el vuelo entre Sri Lanka y Filipinas. Extrañas tanto por el tono y los gestos utilizados —“si el doctor Gasbarri dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!”— como por el hecho de aunar en una misma intervención su condena a los actos de Al Qaeda —“matar en nombre de Dios es una aberración”— con una cierta justificación de la reacción de los yihadistas ante las viñetas de Charlie Hebdo. “No se puede provocar”, dijo el Papa, “no se puede insultar la fe de los demás. No puede uno burlarse de la fe. No se puede”. Según Francisco, la libertad de expresión “tiene un límite”.
Como suele ser habitual en sus viajes fuera de Italia, Jorge Mario Bergoglio se sometió sin filtros previos ni casi límite de tiempo a las preguntas de la prensa internacional que lo acompaña en el vuelo papal. Un periodista francés le preguntó: “Este jueves por la mañana usted habló durante la misa de la libertad religiosa como derecho humano fundamental. Pero en el respeto de las diversas religiones, ¿hasta qué punto se puede llegar en la libertad de expresión, que es también un derecho humano fundamental?”. La cuestión se refería claramente a los atentados sucedidos en Francia, y el Papa así lo entendió: “Creo que los dos son derechos humanos fundamentales, tanto la libertad religiosa como la libertad de expresión… Usted es francés, vayamos a [lo de] París, ¡hablemos claro!”.
Y, después de repetir que “cada uno tiene el derecho de practicar la propia religión” y que “matar en nombre de Dios es una aberración”, el Papa acompañó con gestos muy expresivos la siguiente declaración: “En cuanto a la libertad de expresión: cada persona no solo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común (…) Pero sin ofender, porque es cierto que no se puede reaccionar con violencia, pero si el doctor Gasbarri [organizador de los viajes papales], que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás (...) Hay mucha gente que habla mal, que se burla de la religión de los demás. Estas personas provocan y puede suceder lo que le sucedería al doctor Gasbarri si dijera algo contra mi mamá. Hay un límite, cada religión tiene dignidad, cada religión que respete la vida humana, la persona humana… Yo no puedo burlarme de ella. Y este es límite. Puse este ejemplo del límite para decir que en la libertad de expresión hay límites como en el ejemplo de mi mamá”.
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Hasta ahora, las declaraciones del Papa iban más en el sentido de poner la otra mejilla. Su mensaje ante los crímenes del fundamentalismo islámico se dividía entre pedir a los líderes musulmanes una condena más firme y rezar a Dios porque los criminales se arrepintieran. Nunca se había visto a Jorge Mario Bergoglio, ni en sus gestos ni en sus mensajes, tan cercano al ojo por ojo.

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viernes, 9 de enero de 2015

SOLO EN NUEVA YORK

 
Este fin de año, fui con mi amiga Eugenia a una tienda que nos gusta por la calle de Orchard, visita que hemos repetido una y otra vez desde hace tiempo. El barrio, nos cuentan, está en vías de desaparecer como tal y se convertirá en zona habitacional de lujo, o al menos eso nos dijeron las dependientas.
Después de revolver los pocos anaqueles donde antes encontrábamos mercancía de muy buena calidad a bajos precios (especialmente en esta época) nos dimos cuenta de que había poco que nos satisfacía. Obviamente aquella tienda estaba a punto de cerrar aún cuando no lo manifestaran abiertamente con un Going out of business en el aparador.
En fin, Eugenia, que tiene una figura envidiable, escogió varias prendas que le quedaban divinamente bien y yo salí también con un par de pantalones y dos blusas que tendría que arreglar de vuelta a México.
De salida andamos un poco y pronto nos subimos a uno de esos taxis amarillos emblema de la ciudad para llegar al nuevo  departamento de mi amiga. Entrando al edificio, me doy cuenta de que me había dejado la bolsa con mi mercancía en el taxi. 
Compungida, siguiendo los consejos del conserje, allí mismo me empecé a comunicar al 311 para tratar de recuperar lo irrecuperable. Si bien la misión me parecía imposible, los del edificio decían que todo era posible en Nueva York.
La comunicación era de locos: trate usted de hablar desde un lobby abarrotado de niños gritones y señoras que entran y salen amonestándoles. Yo apenas si podía oír a la persona que pedía mis datos. Para pronto, no habíamos tomado nota del número del taxi ni habíamos pedido un recibo por la dejada.  En fin, pantalones perdidos y mis dólares caros a la goma.
Más compungida no podía estar. Gracias a que Eugenia me ofreció un tecito me tranquilicé y gocé de una vista espléndida desde su ventanal.
A punto de salir, sonó el teléfono: abajo esperaba un taxista con mi bolsa de pantalones. Increíble pero cierto. Al percatarse de la bolsa, el buen hombre había puesto de nuevo el marcador y me indicó que le debía $10.30. Casi le planto un beso pero pensé que sería mejor darle además una buena propina.
 
"Only in New York."
 


 

jueves, 8 de enero de 2015

sábado, 3 de enero de 2015

AIDA

A I D A  

Si no la primera, Aida fue una de las óperas que vi durante mi vida de niña en la ciudad de Washington. En aquel entonces, donde hoy se ubica el famoso edificio del Watergate, se ponía una concha acústica sobre el río Potomac durante los veranos para goce de los que no huían de la ciudad caracterizada en esas temporadas por altas temperaturas y peor humedad. (Creo que los mayores sólo sobrevivían gracias a los cocteles de las embajadas a los que se les sometía casi a diario.)
Fue el momento en que mis padres se dieron cuenta de que no veía bien: comenté la actuación o aria de una cantante y parece ser que el maquillaje que llevaba era muy teatral, cosa que yo no aprecié.   
En fin, así las cosas, no he tenido la curiosidad de googlear quien había sido la Aida de entonces pero no se me podrá olvidar la entrada de Amneris, una regia mujer que llevaba dos leopardos cual si fueran unos cachorros de cocker spaniel, y creo pensar que iba vestida de idem. Su voz de mezzo o contralto era fue para mi un descubrimiento. Yo quería tener esa voz. Yo quería estar trepada en ese escenario representando a Amneris.  La de la voz -y los leopardos- era Rise Stevens.. . . y empecé a tomar clases de canto (hacer gorgoritos, decía mi padre). De eso nada, podía dedicarme a cualquier otra cosa menos a ser contralto.
Otra Aida memorable para mi fue a la que asistimos mi hija Tere y yo en las Termas de Caracalla de Roma con camellos, creo que un elefante, una Aida bastante abundante en carnes, un Radamés como de 3/4 e intermedios aderezados de patatines y caldo cafe.
Confieso que desde hace unos años, espero con placer una visita a Nueva York para ver la ópera en año nuevo. Este fue diferente porque mi mes y medio de gripe le dio al traste mis intenciones de comprar mi boleto a tiempo y, pese a ver La Viuda Alegre en dress rehersal, gracias a la invitación de mi amiga Eugenia y la generosidad Juan Meyer. Si no vi a todas las señoras emperifolladas de fin de año vi una de mis óperas favoritas: AIDA. 
La Aida de anoche el la Metropolitan Opera de Nueva York tuvo su buenas y no tan buenas. La mejor fue la espléndida voz de Marjorie Owens (estadounidense oriunda de Virginia) en el papel de Aida que, para abrir boca, hacía su debut en la Met de Nueva York. Creo que después de oírla, los demás se podían haber ido a la cama pero bueno, exagero.
En el papel de Radamés, otro virginiano, Carl Tanner, empezó a preocuparme tan pronto como apareció, que es al levantarse el telón. Como al poco tiempo empieza la Dolce Aida, se me cayó el alma a los pies. O la orquesta tocaba  demasiado alto o el tenor no tenía suficiente voz. En fin, los que quisieron le aplaudieron. No obstante lo anterior, Tanner fue para más y mejor. Ya cuando había retornado vincitor, su voz había alcanzado nuevos bríos y cuanto mejor en la tumba (que ya es lo último que le quedaba).
El barítono de Georgia, George Gagnidze en el papel de Amonasro, il barbaro etiope, il re, padre de Aida es un espléndido cantante que aprovechó bien su papel.  De estupenda presencia escénica -probablemente el que mejor desempeña su papel en la obra- conduce al resto del reparto con singular prestancia. (Al aparecer para recibir aplausos al terminar, por ejemplo, el tercer acto, el barítono es el que guía a los demás intérpretes a recibirlos; digamos, como si fuera el dueño.)
Para no verme muy . . .diré que Violeta Urmana en su papel de Amneris estuvo aceptable. (¿Será que ya he visto demasiadas Amneris?)
La escenografía, el vestuario y las multitudes que acompañaron a la obra fueron, como siempre, las esperadas de una puesta en escena del Metropolitan.


 
¿Y, la orquesta? dirigida por Marco Armiliato. Pregunto, ¿estaría tocando demasiado alto o soy yo la que dadas mis deficiencias auditivas lo apreciaba así? 
Espero que me saquen de mi apuro de percepción.