viernes, 9 de enero de 2015

SOLO EN NUEVA YORK

 
Este fin de año, fui con mi amiga Eugenia a una tienda que nos gusta por la calle de Orchard, visita que hemos repetido una y otra vez desde hace tiempo. El barrio, nos cuentan, está en vías de desaparecer como tal y se convertirá en zona habitacional de lujo, o al menos eso nos dijeron las dependientas.
Después de revolver los pocos anaqueles donde antes encontrábamos mercancía de muy buena calidad a bajos precios (especialmente en esta época) nos dimos cuenta de que había poco que nos satisfacía. Obviamente aquella tienda estaba a punto de cerrar aún cuando no lo manifestaran abiertamente con un Going out of business en el aparador.
En fin, Eugenia, que tiene una figura envidiable, escogió varias prendas que le quedaban divinamente bien y yo salí también con un par de pantalones y dos blusas que tendría que arreglar de vuelta a México.
De salida andamos un poco y pronto nos subimos a uno de esos taxis amarillos emblema de la ciudad para llegar al nuevo  departamento de mi amiga. Entrando al edificio, me doy cuenta de que me había dejado la bolsa con mi mercancía en el taxi. 
Compungida, siguiendo los consejos del conserje, allí mismo me empecé a comunicar al 311 para tratar de recuperar lo irrecuperable. Si bien la misión me parecía imposible, los del edificio decían que todo era posible en Nueva York.
La comunicación era de locos: trate usted de hablar desde un lobby abarrotado de niños gritones y señoras que entran y salen amonestándoles. Yo apenas si podía oír a la persona que pedía mis datos. Para pronto, no habíamos tomado nota del número del taxi ni habíamos pedido un recibo por la dejada.  En fin, pantalones perdidos y mis dólares caros a la goma.
Más compungida no podía estar. Gracias a que Eugenia me ofreció un tecito me tranquilicé y gocé de una vista espléndida desde su ventanal.
A punto de salir, sonó el teléfono: abajo esperaba un taxista con mi bolsa de pantalones. Increíble pero cierto. Al percatarse de la bolsa, el buen hombre había puesto de nuevo el marcador y me indicó que le debía $10.30. Casi le planto un beso pero pensé que sería mejor darle además una buena propina.
 
"Only in New York."
 


 

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