lunes, 1 de septiembre de 2014

LA CIUDAD DE LOS PALACIOS I

 
En el siglo XIX, Alejandro Von Humbolt llamó a México La ciudad de los palacios. Hace 50 años, el tío Jaime decía "México: palacio colonial, rascacielos, tendajón mixto". Hoy ya quisiéramos que así fuera.
Las casas no protegidas hasta con los dientes por el INAH y el INBA, perecen sin decir agua va y son reemplazadas por enormes multifamiliares sin asomo de calles que puedan dar paso franco a los vehículos que dichos edificios generarán.
Ahora no hablaré de esos nuevos palacios, sino de uno que cumplió 114 años: el Palacio de Bellas Artes.
Bellas Artes es un recinto de estilo francés, como le gustaban a Don Porfirio y, creo que por costumbre, ya nos gusta a muchos. Este palacio ha albergado la obra de grandes pintores, escuchado a grandes músicos, cantantes y orquestas, disfrutado ballets y obras de teatro y aplaudido a importantes intelectuales.

Los añosos o cronológicamente dotados, como me gusta llamar -porque me conviene- a los adultos mayores, viejos, ancianos o como se les quiera llamar, lo hemos gozado plenamente durante ya muchos años. Hoy, que tenemos más tiempo, ya no podemos darnos el lujo de asistir a ninguno de los espectáculos, exposiciones o presentaciones que hicieron nuestra vida muy placentera durante la juventud y madurez: hoy somos viejos y nos sentimos aún más cuando pensamos en asistir al Palacio de Bellas Artes.
Al entrar, ahora por puertas de seguridad, los mármoles nos hacen un guiño:
-"A que no te atreves", dicen.
-"A mi no me van a parar", contestas airada.
Pero el monstruo nos vuelve a poner a prueba:
-"A ver, sube las escaleras", dice retador.
La cosa se pone grave, no existen barandales por ninguno de los tres espacios y el mármol es tan resbaladizo que te sujetas de cualquier acomedido que sigue siendo joven.
Bueno, ya estás a punto de entrar a la sala y sólo son dos o tres escalones más para la entrada principal y unos cuantos más para las laterales. Por fortuna ahí si hay barandales. También lo hay para subir a la Sala Ponce y escuchar al literato y a la Sala Nacional para ver la gran exposición. Para evitar los mil escalones del tercer piso, que requieren de un valor fuera de lo común, un elevador pequeñísimo nos espera. Los elevadores son escasos y por supuesto no hay ni una rampa en todo el Palacio.
Entramos en la sala pero, ¿qué a pasado? ¡Los pasillos laterales no existen ya! ¿Y si hay alguna emergencia? Seguramente los que remozaron nuestro Palacio a puerta cerrada durante 2 o 3 años pensaron que eso no importaba.
Finalmente, este Palacio sólo es para jóvenes que nada temen; ni las caídas, ni los temblores, ni los incendios les preocupan. Finalmente ellos si pueden salir (y entrar)corriendo.
¿Cuántas generaciones en sus "años dorados" tendrán que quedarse sin acceso al máximo recinto cultural del país? 
 
 
 
 
 

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