El jueves pasado -antes del vendabal- me quedé sin luz. Débía enviar un escrito importante y, para acabarla de amolar, había invitado a unos amigos a cenar. Por otra vía, pude enviar mi correo electrónico y la cena, a la luz de las velas, fue sumamente agradable.
Sí, pero todo fue ex post. Mientras me angustiaba por no quedar mal con mi envío, pensé también que mi cena iba a ser un fiasco. ¿Prendería la estufa? Está conectada a la luz, me dije. Veni me tranquilizó: Señora, se puede prender con cerillos. Por fortuna aquello sigue pudiéndose hacer.
Lo de la computadora es otra cosa y mi adicción es tremenda. La batería es muy limitada en la mía -habrá que comprar una de repuesto- y, sin luz, no se puede enviar lo redactado a la impresora. El pánico me atacó. No puedo hacer nada sin computadora, sin impresora, sin correo electrónico.
El domingo, veo el cartón de mi amigo Paco Calderón en el Reforma y, sí, me río. Mal de muchos consuelo de tontos.
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