CHRISTMAS IN HEAVEN
viernes, 24 de diciembre de 2010
jueves, 23 de diciembre de 2010
lunes, 20 de diciembre de 2010
sábado, 18 de diciembre de 2010
LOS INTELECTUALES Y EL PODER
Seguramente, los añosos mexicanos recordamos cuando el Presidente Echeverría se llevó un avión lleno de intelectuales a Argentina. Yo también recuerdo -y he contado varias veces- cuando me tocó ir en la gira o encuentro de intelectuales en Tijuana durante la campaña de Miguel de la Madrid en que varios muy señalados, entre estos Juan Rulfo, Edmundo O´Gorman, Blas Galindo, Amalia Hernández y Ángela Gurria fuimos alojados inicialmente en un hotel de paso (o mal paso).
Siempre me he preguntado quién se resiste a una invitación del Presidente de la República o el futuro Presidente. Esté o no .de acuerdo con su política, no conozco a nadie que lo haga. Es más, cuando fue nombrada Sari Bermúdez presidenta de CONACULTA, pese a ser sus únicas credenciales la de haber sido intérprete y haber tenido un programa donde entrevistó a Octavio Paz en el Canal 11, solamente 10 intelectuales se pronunciaron en contra de esta designación.
Siempre me he preguntado quién se resiste a una invitación del Presidente de la República o el futuro Presidente. Esté o no .de acuerdo con su política, no conozco a nadie que lo haga. Es más, cuando fue nombrada Sari Bermúdez presidenta de CONACULTA, pese a ser sus únicas credenciales la de haber sido intérprete y haber tenido un programa donde entrevistó a Octavio Paz en el Canal 11, solamente 10 intelectuales se pronunciaron en contra de esta designación.
En cierta ocasión, un pariente cercano mío osó llamar a nuestros excelsos creadores "intelectuales florero". El político en turno se adorna con ellos y ellos, condescendientes, acceden supongo que por el bien de México. (Mi pariente fue desinvitado a varias reuniones intelectualoides por ese traspié.)
Hace unos días leí un artículo de Javier Cercas, en El País que cuestiona con gran seriedad la actitud del intelectual frente al poder. Allí, Cercas comenta la invitación recibida para viajar a China y Japón con Rodríguez Zapatero. Al principio pensó que aquello era una broma, luego pensó negarse y finalmente aceptó.
Pensé aceptarla por curiosidad y, Dios me perdone, mucho me temo que por patriotismo: por curiosidad por el Poder, por curiosidad por Oriente; y también porque pensé que, si el presidente electo de tu país te reclama, es como si tu país te reclamase. Luego pensé rechazarla porque pensé en el qué dirán y porque me avergoncé de mi ataque de patriotismo o porque pensé que el único acto de patriotismo en el que puede incurrir un plumífero consiste en permanecer lo más lejos posible del poder, señala Cercas. Le era difícil no ceder a la tentación de conocer a Kenzaburo Oé.
Relata también Cercas el cambio sufrido en el con la cercanía del poder y posteriormente, con enorme gracia, la caída estrepitosa al regresar a su vida cotidiana. . . y comprendí que todo había sido un sueño y que aquí estaba otra vez donde me correspondía, entre mis semejantes, mis hermanos.
Y aquí seguimos, recordando la felicidad del tiempo pasado junto al poder, meditando sobre la fugacidad de las glorias del mundo, exiliados y fuera de órbita, dando vueltas sin cesar por los espacios interestelares.
Relata también Cercas el cambio sufrido en el con la cercanía del poder y posteriormente, con enorme gracia, la caída estrepitosa al regresar a su vida cotidiana. . . y comprendí que todo había sido un sueño y que aquí estaba otra vez donde me correspondía, entre mis semejantes, mis hermanos.
Y aquí seguimos, recordando la felicidad del tiempo pasado junto al poder, meditando sobre la fugacidad de las glorias del mundo, exiliados y fuera de órbita, dando vueltas sin cesar por los espacios interestelares.
Me vuelvo a dar cuenta de que soy fan total de Javier Cercas.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
LISBETH SALANDER Y WIKILEAKS
Instalada tardíamente en las novelas de Larsson, el asunto de Julian Assange y su Wikileaks cierra círculos y trae a la memoria muchos recuerdos que pueden venir o no al caso.
¿A alguien le extraña que Estados Unidos sepa tantas cosas sobre los gobernantes de todos los países del mundo? Habría que pensar que sólo se han soltado los documentos del Departamento de Estado. ¿Nos estarán esperando los de la CIA, los de la DEA y el FBI? Seguramente si.
En los años ya remotos del macartismo, apareció por la casa de mis padres un hombre alto, rubio y delgado. Su nombre era Frank Coe y él y mi padre habían sido compañeros de trabajo en el Fondo Monetario. Era extraño que alguien buscara a mi padre por la tarde en casa pero seguramente allí se habían citado. No asistí a la conversación que tuvieron pero más tarde lo que nos contó mi padre era espeluznante. Resulta que Coe había ido a alguna reunión donde había personas de izquierda o comunistas como decidió obsesivamente Joe McCarthy que eran, y de ahí en adelante lo echaron de su trabajo, a sus hijos los persiguieron en sus escuelas y el hombre había tenido que huir a algún obscuro poblado sin posibilidades de trabajar. Cómo había llegado a México y qué pudo hacer después no lo sé.
Años más tarde, ya casada y también en Washington en una reunión del Fondo, unos amigos de mis padres nos invitaron a mi marido y a mí a cenar donde nos presentaron a un personaje extraño que trabajaba ¡en la CIA! Este sujeto tenía una chamba singular que contaba con total desparpajo: iba a las universidades haciéndose pasar por ruso y lanzaba discursos pro soviéticos para ver la reacción de los universitarios. Obviamente, de ahí sacaba quienes eran simpatizantes para lo que pudiera suceder.
No mucho después, mis padres me contaron que había aparecido por casa un sujeto que dijo ser íntimo amigo nuestro. Naturalmente paso a casa, se tomó un martini con mi padre, platicaron un rato y se fue. ¿Qué tipo de informe pasó este hombre a la CIA?
Si esto pasa con funcionarios (entonces) menores, ¿qué no se comentará sobre los mayores? Ya nos enteramos de lo que dicen de Putin, de Sarkozy, de Hugo Chávez, de la Sra. Kirchner, y demás y, desde luego, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton debe estar pegada al teléfono mandando disculpas a diestra y siniestra.
Ahora bien, es función de los embajadores informar sobre la situación de los países a los que están destinados y los nuestros hacen lo mismo. Si el Presidente de la República o algún Secretario de Estado va a viajar a un país debe saber con quién tratar y de qué se tiene que cuidar. El asunto cobra singular importancia cuando se trata de la seguridad nacional de los países.
¿Wikileaks? Al decir que la información debe ser libre y gratuita, Assange se lanzó como moderno Robin Hood anti instituciones y anti gobiernista. Buenos chismes algunos, peligrosos otros, pero ya los hackers como Lisbeth Salander nos preparan para lo que sigue.
¿A alguien le extraña que Estados Unidos sepa tantas cosas sobre los gobernantes de todos los países del mundo? Habría que pensar que sólo se han soltado los documentos del Departamento de Estado. ¿Nos estarán esperando los de la CIA, los de la DEA y el FBI? Seguramente si.
En los años ya remotos del macartismo, apareció por la casa de mis padres un hombre alto, rubio y delgado. Su nombre era Frank Coe y él y mi padre habían sido compañeros de trabajo en el Fondo Monetario. Era extraño que alguien buscara a mi padre por la tarde en casa pero seguramente allí se habían citado. No asistí a la conversación que tuvieron pero más tarde lo que nos contó mi padre era espeluznante. Resulta que Coe había ido a alguna reunión donde había personas de izquierda o comunistas como decidió obsesivamente Joe McCarthy que eran, y de ahí en adelante lo echaron de su trabajo, a sus hijos los persiguieron en sus escuelas y el hombre había tenido que huir a algún obscuro poblado sin posibilidades de trabajar. Cómo había llegado a México y qué pudo hacer después no lo sé.
Años más tarde, ya casada y también en Washington en una reunión del Fondo, unos amigos de mis padres nos invitaron a mi marido y a mí a cenar donde nos presentaron a un personaje extraño que trabajaba ¡en la CIA! Este sujeto tenía una chamba singular que contaba con total desparpajo: iba a las universidades haciéndose pasar por ruso y lanzaba discursos pro soviéticos para ver la reacción de los universitarios. Obviamente, de ahí sacaba quienes eran simpatizantes para lo que pudiera suceder.
No mucho después, mis padres me contaron que había aparecido por casa un sujeto que dijo ser íntimo amigo nuestro. Naturalmente paso a casa, se tomó un martini con mi padre, platicaron un rato y se fue. ¿Qué tipo de informe pasó este hombre a la CIA?
Si esto pasa con funcionarios (entonces) menores, ¿qué no se comentará sobre los mayores? Ya nos enteramos de lo que dicen de Putin, de Sarkozy, de Hugo Chávez, de la Sra. Kirchner, y demás y, desde luego, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton debe estar pegada al teléfono mandando disculpas a diestra y siniestra.
Ahora bien, es función de los embajadores informar sobre la situación de los países a los que están destinados y los nuestros hacen lo mismo. Si el Presidente de la República o algún Secretario de Estado va a viajar a un país debe saber con quién tratar y de qué se tiene que cuidar. El asunto cobra singular importancia cuando se trata de la seguridad nacional de los países.
¿Wikileaks? Al decir que la información debe ser libre y gratuita, Assange se lanzó como moderno Robin Hood anti instituciones y anti gobiernista. Buenos chismes algunos, peligrosos otros, pero ya los hackers como Lisbeth Salander nos preparan para lo que sigue.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
lunes, 6 de diciembre de 2010
NOTA DE ARTURO NOYOLA
Hace un rato llegué del Conservatorio Nacional, adonde no había dirigido mis pasos desde hace muchísimos años cuando que fui a escuchar ahí, en la sala Silvestre Revueltas, un recital de Jörg Demus con obras de César Franck. Llegué extasiado (también salí extasiado, me subí a mi coche extasiado, anduve media ciudad con poco tráfico de domingo extasiado). Mi amigo Jaime Márquez interpretó el Concierto del Sur, de Manuel M. Ponce, con la Orquesta de Cámara de Bellas Artes.
Además de la música, el concierto fue importante para mí por otras causas. Cuando salía de los rudos once meses que pasé desde ocutubre del año pasado, algo que me mantuvo atado al mundo fue encontrar un enorme gusto por la laudería. Primero por los constructores de violín (y viola y violonchelo), y luego por los de guitarra. Confieso que primero por los de guitarra de cuerda de acero, que siempre me encantó por Bob Dylan y una escuela anterior y contemporánea de él que siempre he admirado, y luego por la guitarra de cuerdas de nylon (aunque no sean todas), es decir la "guitarra clásica". Durante meses de aquel período que por fortuna parece estar terminando de ocurrir, curiosear todo eso, escribirles a algunos lauderos de talla internacional, recibir algunas respuestas, fue algo que me permitió seguir adelante. Después, como la gente que me conoce sabe, me dio por volver a clases de piano, hacía muchos años abandonado, y luego hasta por comprar un piano de cola que me tiene desde hace semanas a la cuarta pregunta. Y casi inmediatamente después pensé que a mis 53 años bien podía intentar poner las manos sobre una guitarra.
Para eso me puse, tímidamente, en contacto con Jaime Márquez, un buen amigo al que he frecuentado poco pero sé que nos queremos bien, y quien durante un breve lapso fue mi jefe en el Centro Nacional de las Artes. Jaime es guitarrista. Guitarrista en serio, qué bárbaro. Nunca dejamos en tiempos recientes de estar en contacto por correo electrónico, pero el caso es que una vez le pregunté qué opinaba de uno en mis condiciones que quisiera empezar a estudiar guitarra para lo que le quedara a la vida. Su respuesta no sólo fue entusiasta, sino que me recomendó maestro: un hombre joven, José Manuel Alcántara, quien ha mostrado, por lo menos a mis ojos, una facilidad especial para dirigir programas de enseñanza de la guitarra para ancianos. Me tiene paciencia, me enseña. Me enseña. Es eso: me enseña.
El caso es que, como muchos de mis amigos saben, yo nunca le tuve muchísimo aprecio a la guitarra como instrumento de concierto. No lo decía "en sociedad", pero así era. La última vez que fui a conciertos de guitarra fue cuando vinieron a México Los Romeros, todavía con don Celedonio, pero ya con Celino, y poco después hubo conciertos de Pepe y de Ángel. Y tengo algunos discos de guitarra, en mi opinión bien escogidos. En uno de ellos, disco compacto contrariamente a lo que yo pensaba, que mi versión del "Concierto del Sur" estaba en un disco de acetato (también está), hete allí que me encontré, sin haberlo recordado antes, el "Concierto del Sur" en CD interpretado por John Williams, y lo he oído varias veces desde que supe que en estos días iría al concierto de Jaime interpretando lo mismo. Quise ir el jueves pasado, pero mi pierna que no se acaba de recuperar no me lo permitió. Creo que hice bien. No veo cómo Jaime hubiera tocado mejor el jueves que hace un rato.
¿Y quién es éste para sentirse crítico de guitarra si dice que ni la conoce casi?, se preguntarán algunos amigos. Pues en realidad nadie, sólo uno que, como esos amigos saben, ni nació con la facilidad para la música ni estudió de niño o joven. Pero he escuchado muchísima música a lo largo de varias décadas, he asistido a multitud de conciertos en muchas partes, y he creado una colección de discos que tiene algún valor musical. Y escuché hoy, hace un rato, un conciertazo. Conciertazo. Me costó trabajo ver que debo hacerme a la idea de que la guitarra solista ya se tocará siempre con amplificación, cosa que en mis viejos tiempos sólo me tocó una vez presenciar, pero es indudable que el procedimiento tiene grandes ventajas.
La guitarra, contrariamente a lo que creí muchos años, es un instrumentazo. Lo que sigue es una obviedad de la música, pero lo encontré particularmente cierto en la guitarra: es un instrumento que representa en sí mismo las matemáticas. Cuando quise estudiarla y fui a mis primeras dos o tres clases no lo sabía. Después me fui dando cuenta de ese hecho incontrovertible. La guitarra (y quizá otros instrumentos) es matemáticas. He estudiado piano, soy un mal estudiante, conozco a Bach, sé leer (con lentitud) música, y entiendo perfectamente que la música es matemáticas. Pero más que el piano la guitarra lo es. Música. Como Bach: el aliciente notable del estímulo mental, y el aliciente notable del estímulo espiritual. ¿Qué más se puede pedir? La mente (las matemáticas y la física), y el corazón.
Me felicito de haber conocido a Jaime Márquez hace muchos años, en la casa de la cultura Jesús Reyes Heroles, de la que yo era subdirector, y luego en la casa del pueblo Ricardo Flores Magón, de la que era director. Para el concierto de Jaime en esta segunda casa me disfracé de carpintero y con los maestros de obras que todavía cuidaban que el auditorio no se inundara, hicimos una "concha acústica", con piso, paredes y hasta un casi casi techo de madera, para ponernos a la vanguardia de la acústica internacional. Naturalmente no lo hicimos, pero Jaime, con risas cuando le conté cómo se había diseñado y clavado ese destartalado armazón, después del concierto, me hizo ver que por lo menos había quedado satisfecho.
Ahora yo me estaciono casi siempre como a unas dos cuadras de la casa de mi maestro José Manuel Alcántara en Coyoacán (porque nunca puedo más cerca), y el tiempo que de ida o de regreso hago a su casa o a mi coche, me siento como Snoopy, que se disfrazaba de piloto de guerra, se subía al techo de su casita y fingía ser el que iba a derribar al Barón Rojo; yo camino con mi enfundada guitarra en mano pensando que recorre el centro de Coyoacán el gran guitarrista mexica... etc. También está en mi fantasía que los que van pasando me miran y se preguntan: "¿Quién será ese?". Y se responden: "No sé, pero tiene cara de famoso".
Una notita más: Jaime me había dicho hace tiempo de las dos guitarras que toca actualmente. Cuando lo vi salir, estuve atento, y me quedé seguro que era la de Thomas Humphrey. No por sabio --qué va--, sino porque sus colores eran más o menos colores de guitarra, y la que tiene de Ángel Benito Aguado, según me dijo, es de aros y fondo de arce, lo que le hubiera dado, según yo, un color más o menos uniforme a toda la estructura. Cuando fui a abrazar a Jaime le pregunté qué guitarra había usado. Y me sentí más que feliz de haberle atinado: era la de Humphrey.
Además de la música, el concierto fue importante para mí por otras causas. Cuando salía de los rudos once meses que pasé desde ocutubre del año pasado, algo que me mantuvo atado al mundo fue encontrar un enorme gusto por la laudería. Primero por los constructores de violín (y viola y violonchelo), y luego por los de guitarra. Confieso que primero por los de guitarra de cuerda de acero, que siempre me encantó por Bob Dylan y una escuela anterior y contemporánea de él que siempre he admirado, y luego por la guitarra de cuerdas de nylon (aunque no sean todas), es decir la "guitarra clásica". Durante meses de aquel período que por fortuna parece estar terminando de ocurrir, curiosear todo eso, escribirles a algunos lauderos de talla internacional, recibir algunas respuestas, fue algo que me permitió seguir adelante. Después, como la gente que me conoce sabe, me dio por volver a clases de piano, hacía muchos años abandonado, y luego hasta por comprar un piano de cola que me tiene desde hace semanas a la cuarta pregunta. Y casi inmediatamente después pensé que a mis 53 años bien podía intentar poner las manos sobre una guitarra.
Para eso me puse, tímidamente, en contacto con Jaime Márquez, un buen amigo al que he frecuentado poco pero sé que nos queremos bien, y quien durante un breve lapso fue mi jefe en el Centro Nacional de las Artes. Jaime es guitarrista. Guitarrista en serio, qué bárbaro. Nunca dejamos en tiempos recientes de estar en contacto por correo electrónico, pero el caso es que una vez le pregunté qué opinaba de uno en mis condiciones que quisiera empezar a estudiar guitarra para lo que le quedara a la vida. Su respuesta no sólo fue entusiasta, sino que me recomendó maestro: un hombre joven, José Manuel Alcántara, quien ha mostrado, por lo menos a mis ojos, una facilidad especial para dirigir programas de enseñanza de la guitarra para ancianos. Me tiene paciencia, me enseña. Me enseña. Es eso: me enseña.
El caso es que, como muchos de mis amigos saben, yo nunca le tuve muchísimo aprecio a la guitarra como instrumento de concierto. No lo decía "en sociedad", pero así era. La última vez que fui a conciertos de guitarra fue cuando vinieron a México Los Romeros, todavía con don Celedonio, pero ya con Celino, y poco después hubo conciertos de Pepe y de Ángel. Y tengo algunos discos de guitarra, en mi opinión bien escogidos. En uno de ellos, disco compacto contrariamente a lo que yo pensaba, que mi versión del "Concierto del Sur" estaba en un disco de acetato (también está), hete allí que me encontré, sin haberlo recordado antes, el "Concierto del Sur" en CD interpretado por John Williams, y lo he oído varias veces desde que supe que en estos días iría al concierto de Jaime interpretando lo mismo. Quise ir el jueves pasado, pero mi pierna que no se acaba de recuperar no me lo permitió. Creo que hice bien. No veo cómo Jaime hubiera tocado mejor el jueves que hace un rato.
¿Y quién es éste para sentirse crítico de guitarra si dice que ni la conoce casi?, se preguntarán algunos amigos. Pues en realidad nadie, sólo uno que, como esos amigos saben, ni nació con la facilidad para la música ni estudió de niño o joven. Pero he escuchado muchísima música a lo largo de varias décadas, he asistido a multitud de conciertos en muchas partes, y he creado una colección de discos que tiene algún valor musical. Y escuché hoy, hace un rato, un conciertazo. Conciertazo. Me costó trabajo ver que debo hacerme a la idea de que la guitarra solista ya se tocará siempre con amplificación, cosa que en mis viejos tiempos sólo me tocó una vez presenciar, pero es indudable que el procedimiento tiene grandes ventajas.
La guitarra, contrariamente a lo que creí muchos años, es un instrumentazo. Lo que sigue es una obviedad de la música, pero lo encontré particularmente cierto en la guitarra: es un instrumento que representa en sí mismo las matemáticas. Cuando quise estudiarla y fui a mis primeras dos o tres clases no lo sabía. Después me fui dando cuenta de ese hecho incontrovertible. La guitarra (y quizá otros instrumentos) es matemáticas. He estudiado piano, soy un mal estudiante, conozco a Bach, sé leer (con lentitud) música, y entiendo perfectamente que la música es matemáticas. Pero más que el piano la guitarra lo es. Música. Como Bach: el aliciente notable del estímulo mental, y el aliciente notable del estímulo espiritual. ¿Qué más se puede pedir? La mente (las matemáticas y la física), y el corazón.
Me felicito de haber conocido a Jaime Márquez hace muchos años, en la casa de la cultura Jesús Reyes Heroles, de la que yo era subdirector, y luego en la casa del pueblo Ricardo Flores Magón, de la que era director. Para el concierto de Jaime en esta segunda casa me disfracé de carpintero y con los maestros de obras que todavía cuidaban que el auditorio no se inundara, hicimos una "concha acústica", con piso, paredes y hasta un casi casi techo de madera, para ponernos a la vanguardia de la acústica internacional. Naturalmente no lo hicimos, pero Jaime, con risas cuando le conté cómo se había diseñado y clavado ese destartalado armazón, después del concierto, me hizo ver que por lo menos había quedado satisfecho.
Ahora yo me estaciono casi siempre como a unas dos cuadras de la casa de mi maestro José Manuel Alcántara en Coyoacán (porque nunca puedo más cerca), y el tiempo que de ida o de regreso hago a su casa o a mi coche, me siento como Snoopy, que se disfrazaba de piloto de guerra, se subía al techo de su casita y fingía ser el que iba a derribar al Barón Rojo; yo camino con mi enfundada guitarra en mano pensando que recorre el centro de Coyoacán el gran guitarrista mexica... etc. También está en mi fantasía que los que van pasando me miran y se preguntan: "¿Quién será ese?". Y se responden: "No sé, pero tiene cara de famoso".
Una notita más: Jaime me había dicho hace tiempo de las dos guitarras que toca actualmente. Cuando lo vi salir, estuve atento, y me quedé seguro que era la de Thomas Humphrey. No por sabio --qué va--, sino porque sus colores eran más o menos colores de guitarra, y la que tiene de Ángel Benito Aguado, según me dijo, es de aros y fondo de arce, lo que le hubiera dado, según yo, un color más o menos uniforme a toda la estructura. Cuando fui a abrazar a Jaime le pregunté qué guitarra había usado. Y me sentí más que feliz de haberle atinado: era la de Humphrey.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)