Hace un rato llegué del Conservatorio Nacional, adonde no había dirigido mis pasos desde hace muchísimos años cuando que fui a escuchar ahí, en la sala Silvestre Revueltas, un recital de Jörg Demus con obras de César Franck. Llegué extasiado (también salí extasiado, me subí a mi coche extasiado, anduve media ciudad con poco tráfico de domingo extasiado). Mi amigo Jaime Márquez interpretó el Concierto del Sur, de Manuel M. Ponce, con la Orquesta de Cámara de Bellas Artes.
Además de la música, el concierto fue importante para mí por otras causas. Cuando salía de los rudos once meses que pasé desde ocutubre del año pasado, algo que me mantuvo atado al mundo fue encontrar un enorme gusto por la laudería. Primero por los constructores de violín (y viola y violonchelo), y luego por los de guitarra. Confieso que primero por los de guitarra de cuerda de acero, que siempre me encantó por Bob Dylan y una escuela anterior y contemporánea de él que siempre he admirado, y luego por la guitarra de cuerdas de nylon (aunque no sean todas), es decir la "guitarra clásica". Durante meses de aquel período que por fortuna parece estar terminando de ocurrir, curiosear todo eso, escribirles a algunos lauderos de talla internacional, recibir algunas respuestas, fue algo que me permitió seguir adelante. Después, como la gente que me conoce sabe, me dio por volver a clases de piano, hacía muchos años abandonado, y luego hasta por comprar un piano de cola que me tiene desde hace semanas a la cuarta pregunta. Y casi inmediatamente después pensé que a mis 53 años bien podía intentar poner las manos sobre una guitarra.
Para eso me puse, tímidamente, en contacto con Jaime Márquez, un buen amigo al que he frecuentado poco pero sé que nos queremos bien, y quien durante un breve lapso fue mi jefe en el Centro Nacional de las Artes. Jaime es guitarrista. Guitarrista en serio, qué bárbaro. Nunca dejamos en tiempos recientes de estar en contacto por correo electrónico, pero el caso es que una vez le pregunté qué opinaba de uno en mis condiciones que quisiera empezar a estudiar guitarra para lo que le quedara a la vida. Su respuesta no sólo fue entusiasta, sino que me recomendó maestro: un hombre joven, José Manuel Alcántara, quien ha mostrado, por lo menos a mis ojos, una facilidad especial para dirigir programas de enseñanza de la guitarra para ancianos. Me tiene paciencia, me enseña. Me enseña. Es eso: me enseña.
El caso es que, como muchos de mis amigos saben, yo nunca le tuve muchísimo aprecio a la guitarra como instrumento de concierto. No lo decía "en sociedad", pero así era. La última vez que fui a conciertos de guitarra fue cuando vinieron a México Los Romeros, todavía con don Celedonio, pero ya con Celino, y poco después hubo conciertos de Pepe y de Ángel. Y tengo algunos discos de guitarra, en mi opinión bien escogidos. En uno de ellos, disco compacto contrariamente a lo que yo pensaba, que mi versión del "Concierto del Sur" estaba en un disco de acetato (también está), hete allí que me encontré, sin haberlo recordado antes, el "Concierto del Sur" en CD interpretado por John Williams, y lo he oído varias veces desde que supe que en estos días iría al concierto de Jaime interpretando lo mismo. Quise ir el jueves pasado, pero mi pierna que no se acaba de recuperar no me lo permitió. Creo que hice bien. No veo cómo Jaime hubiera tocado mejor el jueves que hace un rato.
¿Y quién es éste para sentirse crítico de guitarra si dice que ni la conoce casi?, se preguntarán algunos amigos. Pues en realidad nadie, sólo uno que, como esos amigos saben, ni nació con la facilidad para la música ni estudió de niño o joven. Pero he escuchado muchísima música a lo largo de varias décadas, he asistido a multitud de conciertos en muchas partes, y he creado una colección de discos que tiene algún valor musical. Y escuché hoy, hace un rato, un conciertazo. Conciertazo. Me costó trabajo ver que debo hacerme a la idea de que la guitarra solista ya se tocará siempre con amplificación, cosa que en mis viejos tiempos sólo me tocó una vez presenciar, pero es indudable que el procedimiento tiene grandes ventajas.
La guitarra, contrariamente a lo que creí muchos años, es un instrumentazo. Lo que sigue es una obviedad de la música, pero lo encontré particularmente cierto en la guitarra: es un instrumento que representa en sí mismo las matemáticas. Cuando quise estudiarla y fui a mis primeras dos o tres clases no lo sabía. Después me fui dando cuenta de ese hecho incontrovertible. La guitarra (y quizá otros instrumentos) es matemáticas. He estudiado piano, soy un mal estudiante, conozco a Bach, sé leer (con lentitud) música, y entiendo perfectamente que la música es matemáticas. Pero más que el piano la guitarra lo es. Música. Como Bach: el aliciente notable del estímulo mental, y el aliciente notable del estímulo espiritual. ¿Qué más se puede pedir? La mente (las matemáticas y la física), y el corazón.
Me felicito de haber conocido a Jaime Márquez hace muchos años, en la casa de la cultura Jesús Reyes Heroles, de la que yo era subdirector, y luego en la casa del pueblo Ricardo Flores Magón, de la que era director. Para el concierto de Jaime en esta segunda casa me disfracé de carpintero y con los maestros de obras que todavía cuidaban que el auditorio no se inundara, hicimos una "concha acústica", con piso, paredes y hasta un casi casi techo de madera, para ponernos a la vanguardia de la acústica internacional. Naturalmente no lo hicimos, pero Jaime, con risas cuando le conté cómo se había diseñado y clavado ese destartalado armazón, después del concierto, me hizo ver que por lo menos había quedado satisfecho.
Ahora yo me estaciono casi siempre como a unas dos cuadras de la casa de mi maestro José Manuel Alcántara en Coyoacán (porque nunca puedo más cerca), y el tiempo que de ida o de regreso hago a su casa o a mi coche, me siento como Snoopy, que se disfrazaba de piloto de guerra, se subía al techo de su casita y fingía ser el que iba a derribar al Barón Rojo; yo camino con mi enfundada guitarra en mano pensando que recorre el centro de Coyoacán el gran guitarrista mexica... etc. También está en mi fantasía que los que van pasando me miran y se preguntan: "¿Quién será ese?". Y se responden: "No sé, pero tiene cara de famoso".
Una notita más: Jaime me había dicho hace tiempo de las dos guitarras que toca actualmente. Cuando lo vi salir, estuve atento, y me quedé seguro que era la de Thomas Humphrey. No por sabio --qué va--, sino porque sus colores eran más o menos colores de guitarra, y la que tiene de Ángel Benito Aguado, según me dijo, es de aros y fondo de arce, lo que le hubiera dado, según yo, un color más o menos uniforme a toda la estructura. Cuando fui a abrazar a Jaime le pregunté qué guitarra había usado. Y me sentí más que feliz de haberle atinado: era la de Humphrey.
Además de la música, el concierto fue importante para mí por otras causas. Cuando salía de los rudos once meses que pasé desde ocutubre del año pasado, algo que me mantuvo atado al mundo fue encontrar un enorme gusto por la laudería. Primero por los constructores de violín (y viola y violonchelo), y luego por los de guitarra. Confieso que primero por los de guitarra de cuerda de acero, que siempre me encantó por Bob Dylan y una escuela anterior y contemporánea de él que siempre he admirado, y luego por la guitarra de cuerdas de nylon (aunque no sean todas), es decir la "guitarra clásica". Durante meses de aquel período que por fortuna parece estar terminando de ocurrir, curiosear todo eso, escribirles a algunos lauderos de talla internacional, recibir algunas respuestas, fue algo que me permitió seguir adelante. Después, como la gente que me conoce sabe, me dio por volver a clases de piano, hacía muchos años abandonado, y luego hasta por comprar un piano de cola que me tiene desde hace semanas a la cuarta pregunta. Y casi inmediatamente después pensé que a mis 53 años bien podía intentar poner las manos sobre una guitarra.
Para eso me puse, tímidamente, en contacto con Jaime Márquez, un buen amigo al que he frecuentado poco pero sé que nos queremos bien, y quien durante un breve lapso fue mi jefe en el Centro Nacional de las Artes. Jaime es guitarrista. Guitarrista en serio, qué bárbaro. Nunca dejamos en tiempos recientes de estar en contacto por correo electrónico, pero el caso es que una vez le pregunté qué opinaba de uno en mis condiciones que quisiera empezar a estudiar guitarra para lo que le quedara a la vida. Su respuesta no sólo fue entusiasta, sino que me recomendó maestro: un hombre joven, José Manuel Alcántara, quien ha mostrado, por lo menos a mis ojos, una facilidad especial para dirigir programas de enseñanza de la guitarra para ancianos. Me tiene paciencia, me enseña. Me enseña. Es eso: me enseña.
El caso es que, como muchos de mis amigos saben, yo nunca le tuve muchísimo aprecio a la guitarra como instrumento de concierto. No lo decía "en sociedad", pero así era. La última vez que fui a conciertos de guitarra fue cuando vinieron a México Los Romeros, todavía con don Celedonio, pero ya con Celino, y poco después hubo conciertos de Pepe y de Ángel. Y tengo algunos discos de guitarra, en mi opinión bien escogidos. En uno de ellos, disco compacto contrariamente a lo que yo pensaba, que mi versión del "Concierto del Sur" estaba en un disco de acetato (también está), hete allí que me encontré, sin haberlo recordado antes, el "Concierto del Sur" en CD interpretado por John Williams, y lo he oído varias veces desde que supe que en estos días iría al concierto de Jaime interpretando lo mismo. Quise ir el jueves pasado, pero mi pierna que no se acaba de recuperar no me lo permitió. Creo que hice bien. No veo cómo Jaime hubiera tocado mejor el jueves que hace un rato.
¿Y quién es éste para sentirse crítico de guitarra si dice que ni la conoce casi?, se preguntarán algunos amigos. Pues en realidad nadie, sólo uno que, como esos amigos saben, ni nació con la facilidad para la música ni estudió de niño o joven. Pero he escuchado muchísima música a lo largo de varias décadas, he asistido a multitud de conciertos en muchas partes, y he creado una colección de discos que tiene algún valor musical. Y escuché hoy, hace un rato, un conciertazo. Conciertazo. Me costó trabajo ver que debo hacerme a la idea de que la guitarra solista ya se tocará siempre con amplificación, cosa que en mis viejos tiempos sólo me tocó una vez presenciar, pero es indudable que el procedimiento tiene grandes ventajas.
La guitarra, contrariamente a lo que creí muchos años, es un instrumentazo. Lo que sigue es una obviedad de la música, pero lo encontré particularmente cierto en la guitarra: es un instrumento que representa en sí mismo las matemáticas. Cuando quise estudiarla y fui a mis primeras dos o tres clases no lo sabía. Después me fui dando cuenta de ese hecho incontrovertible. La guitarra (y quizá otros instrumentos) es matemáticas. He estudiado piano, soy un mal estudiante, conozco a Bach, sé leer (con lentitud) música, y entiendo perfectamente que la música es matemáticas. Pero más que el piano la guitarra lo es. Música. Como Bach: el aliciente notable del estímulo mental, y el aliciente notable del estímulo espiritual. ¿Qué más se puede pedir? La mente (las matemáticas y la física), y el corazón.
Me felicito de haber conocido a Jaime Márquez hace muchos años, en la casa de la cultura Jesús Reyes Heroles, de la que yo era subdirector, y luego en la casa del pueblo Ricardo Flores Magón, de la que era director. Para el concierto de Jaime en esta segunda casa me disfracé de carpintero y con los maestros de obras que todavía cuidaban que el auditorio no se inundara, hicimos una "concha acústica", con piso, paredes y hasta un casi casi techo de madera, para ponernos a la vanguardia de la acústica internacional. Naturalmente no lo hicimos, pero Jaime, con risas cuando le conté cómo se había diseñado y clavado ese destartalado armazón, después del concierto, me hizo ver que por lo menos había quedado satisfecho.
Ahora yo me estaciono casi siempre como a unas dos cuadras de la casa de mi maestro José Manuel Alcántara en Coyoacán (porque nunca puedo más cerca), y el tiempo que de ida o de regreso hago a su casa o a mi coche, me siento como Snoopy, que se disfrazaba de piloto de guerra, se subía al techo de su casita y fingía ser el que iba a derribar al Barón Rojo; yo camino con mi enfundada guitarra en mano pensando que recorre el centro de Coyoacán el gran guitarrista mexica... etc. También está en mi fantasía que los que van pasando me miran y se preguntan: "¿Quién será ese?". Y se responden: "No sé, pero tiene cara de famoso".
Una notita más: Jaime me había dicho hace tiempo de las dos guitarras que toca actualmente. Cuando lo vi salir, estuve atento, y me quedé seguro que era la de Thomas Humphrey. No por sabio --qué va--, sino porque sus colores eran más o menos colores de guitarra, y la que tiene de Ángel Benito Aguado, según me dijo, es de aros y fondo de arce, lo que le hubiera dado, según yo, un color más o menos uniforme a toda la estructura. Cuando fui a abrazar a Jaime le pregunté qué guitarra había usado. Y me sentí más que feliz de haberle atinado: era la de Humphrey.
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