Pues sí: resulta que el pasado 8 de octubre cumplí tres cuartos de siglos de existencia y, como en casos como este dicen que hay que celebrar y no cortarte las venas, escuché los sabios consejos de mi gran amigo Chepe (alias José Tomás Zepeda) quien, sabedor de mi predicamento me dijo: "No te puedes morir sin ir a Las Vegas". Mi (ex) marido y yo habíamos salido de ahí por pies hace mil años. Es más, creo que ni siquiera el día entero pasamos, pero, me dije, si lo dice Chepe, tiene que ser cierto. Además ya han pasado siglos desde aquel entonces. Mi idea no descansaba en irme sola a meter monedas en las maquinitas sino más bien irme con todos mis hijos y nietos a algún lugar para amueganarnos que es lo mío. Obviamente me hubiera gustado llevarlos a Londres, París, Madrid o Nueva York, pero los recursos escasos de los que los economistas hablan y yo padezco no permitían tal locura y Las Vegas, me decían, es baratísimo si no vas a jugar. Hotels.com; Aeroméxico gran plan, etc., me llevaron a seleccionar el hotel Stratosphere, vista sensacional, juegos mecánicos para los nietos, buenos cuartos y baratísimo. Cualquiera de los demás conocidos me hubiera costado mil dólares más. Llegaría Eugenia con Roberto su marido y mi Diego desde Miami, Rodrigo mi nieto desde Nueva York donde está trabajando en en despacho de abogados y Santiago mi otro nieto desde Stanford. Desde México viajaríamos 7: Tere con marido y 2 hijos y Chucho con Chucho chico y servidora. Sólo me faltarían los pequeñajos: Emilio y Jerónimo que nos hicieron muchísima falta. En total 12 Silva-Herzog Márqueces. Los 7 primeros llegamos el jueves por la noche desde el D.F. y con nuestra llegada al hotel vino el primer supiritaco: ¡el alma se me fue a los pies! La llegada fue de horror: obscuridad; máquinas por doquier; la concurrencia obesa y corriente. Siento decirlo pero aquello no era de la estatura de mi vida. Por fortuna los cuartos estaban bastante bien y como para nosotros ya era tarde nos fuimos a la camita. Después de un brunch, bastante aceptable pese a la concurrencia que arriba mencioné -y que hizo a Chucho adepto al pequeño Starbucks del gran salón de juegos- procedimos al famoso Strip para, ante todo, comprar boletos para ver la famosísima obra del Cirque de Soleil "O" en el Bellagio. Gracias al apoyo de mi hijo logramos adquirir los 12 boletos indispensables para el evento para luego hacer una reservación a cenar en el Jasmine del mismo Hotel. Finalmente 75 años bien valen no una misa pero sí una noche singular que lo fue. De ahí nos pusimos a andar por la locura que es este lugar que supongo debemos agradecer (¿?) a Bugsy Moran. Venecia con todo y góndolas, Luxor, Mandalay, etc. Paris, con Torre Eifel y Arco de Triunfo.Allí, gracias a los buenos consejos de Monique Zepeda comimos muy bien en Mon Ami Gabi. Los hijos y nietos procedieron después a comprar boletos para otro espectáculo, este con mago y tres tristes tigres, donde según me contaron después, Tomás, el mayor de los hijos de Tere con 9 añotes, subió al escenario. Yo decidí regresarme al hotel para esperar a mi nieto Santiago que sería el primero en llegar de los hijos de Eugenia pues llegaba desde Stanford y sólo haría 1 hora de avión y ahí empezó el lío. Como les contaba, el hotel dejaba mucho que desear de manera que, antes de irme a mi cuarto decidí dejar recado a Santiago para que supiera que estaba allí. La recepcionista por supuesto no sabía en qué cuarto se iba a alojar pero dejé el debido recado para que, en llegandito, le avisaran. Y me dieron las 5 y las 6 y las 7 y las 8 y nada de mi Santi. A todo esto, y en virtud de que el teléfono de recepción estuvo perpetuamente ocupado, servidora subió y bajo el elevador unas 5 o 6 veces para ver si había llegado el nieto. Nadie sabía nada de él. Finalmente, llamé a la operadora que amablemente me indicó que sí había llegado pero que no me podían dar el número de su cuarto. Al pedir que sólo me comunicaran con él, la amable personaja me indicó que estaba alojado ¡en mi cuarto!, a lo cual contesté que si estuviera en mi cuarto no se lo estaría preguntando. En fin, pensando que los demás me estarían esperando nuevamente en Mon Ami Gabi y que, dado que tanto Chucho como Santi tenían esa cosa tan moderna que se llama celular, tomé un taxi y me fuí para allí. Y. . . allí sólo estaban los García (Tere, Alonso, Tomás y Andrés ya medio dormido). Chucho, me dijeron, se había ido al hotel porque como no se habían podido comunicar y Santiago estaba allí, todos preocupadísimos se lanzaron de vuelta al Estratósfera. Pensando que volverían dadas las misivas escritas que había dejado en el hotel procedí a cenar sin mayor preocupación. Habrían llegado tarde los aviones, me dije. A los segundos de entrar en el cuarto escucho una llamada en la puerta y entran todos los Seira (Eugenia, Roberto, Santiago, Rodrigo, Diego y Chucho y Chuchito) con unas caras de enorme preocupación. Al no haber recibido nota alguna mía, lo único que se les ocurrió es pensar que me había dado el infartazo y yacía muerta en el cuarto. Habían procedido a pedir que abrieran la puerta, cosa que estaba prohibidísimo pero ante la repetida insistencia de mis hijos lograron ver que no estaba muerta: andaba de parranda. Las recriminaciones llegaron pronto pero espero que finalmente se haya entendido que la culpa no era de la cumpleañera. Lo cierto es que no dormimos nada bien ninguno y odiamos al hotel al que ya envié diversas misivas. Para terminar debo decir que acabamos pasándola divinamente juntos y abrazados. . .yo lagrimeando como es mi costumbre de cuando en vez. Lo mejor que se puede hacer en estas ocasiones es estar con la familia reunida. Por cierto: ninguno puso una moneda en las maquinitas ni jugamos ruleta, black jack u lo que sea. Consejos: a) Nunca se paren en el Stratosphere b) Siempre lleven un celular del local c) Te puedes morir en paz sin ir a Las Vegas, pese a lo que dice mi amigo Chepe. |
sábado, 15 de octubre de 2011
ENVEJECER NO ES PARA COBARDES
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