Abandonadas por nuestros nietos (yo les llamo las fieras pero mi consuegra siempre tiene palabras más amables para referirse a Tomás y Andrés) Celia y yo decidimos pasarnos la semana en Yautepec. Yo estaba un tanto preocupada porque Celia no para y siempre inventa algo que hacer mientras yo soy sedentaria y contemplativa. Veo cómo se mueven las hojas con el viento, escucho a los pajaritos, pongo mi Ipod con la música que deseo escuchar -normalmente voy de la ópera a las sonatas para piano o los cuartetos- y paso del camastro al sillón y de ahí a la cama.
A Celia no podía hacerle eso, al menos no tanto. De manera que al día siguiente de su llegada sugerí que nos fuéramos al vivero de Don Abel, que siempre me explica lo que me conviene llevar y la mayoría de las veces me entra por un oído y me sale por el otro. Celia es experta en jardines y lo sabe todo, de manera que creí que aquello era una buena idea.
Después de que había escogido lo que yo consideraba indispensable para mi jardín, Celia entró en acción. "Te conviene esto y aquello. Es mejor que pongas esto porque crece mejor en el sol y los helechos son de sombra, de manera que donde los plantaste se van a hacer chicharrón." Salimos de ahí con carro lleno -gracias a la generosidad de Celia- y ahí empezó lo bueno.
Llegamos a casa y, luego de un pisco sour que me salió buenísimo -para el bar soy experta- la acción se convirtió en revolución. Por fortuna, Sebastián y Rocío mis brazos derecho e izquierdo en "la finca" son tan amantes de los jardines como Celia que les iba explicando: "Quiten todo esto, hay que cambiar aquello de lugar, debe darles aire y sol porque si no se mueren; aquí hay plaga y vamos a quitar estas hojas, las llevamos al vivero y vemos qué químico sirve para cada cosa. La azálea y los cítricos necesitan tierra ácida, lo demás tierra. . ."
Y empezaron a cortar tirar y mover. Aún no podíamos plantar nada de lo adquirido porque primero había que ver qué eliminábamos, cambiábamos de lugar. (Uso el plural pero yo nada más miraba azorada.) Hoy por la mañana -madrugada para mí- seguía con Sebastián debastando, tirando, cambiando y guardando. Hasta resulta que tengo un árbol de copal que estaba en medio de unas varas altas que se habrán de trasplantar.
No sé si Celia lo sabe pero pienso secuestrarla cuando menos una vez al mes.
Soy muy bruta: no documenté todo el proceso pero algunas fotos
ex post tengo.