Los Quezada habían prestado su espléndido departamento en las torres de Museo de Arte Moderno a Juan y Marek y me habían invitado con Botero a quien yo no conocía. La noche transcurría en alegre charla pero de Botero nada. . . ¡missing!
Finalmente llegó el personaje acompañado de una espectacular modelo nicaragüense y un cuento que contar que explicaría su tardanza.
Resulta que el Maestro había estado en los aperitivos en el Hotel Carlyle cuando, de repente, ve pasar a una señora que llevaba un cuadro suyo. . . pero. . .el cuadro no era suyo. Podía ser pero no era. Él se va tras la mujer y le pregunta:
- "Es un Botero, ¿verdad?" -"Si señor. Lo estoy vendiendo a unos clientes."
Después de preguntar en cuanto lo vendía y diferentes pormenores, Botero se excusa y va por el policía de la puerta. De ahí pasó a la delegación y a meter a la mujer a la carcel. A todos nos tenía boquiabiertos y yo salí con un dibujo que debieron haber sido dos pues está autografiado para Tere y Eugenia, mis dos hijas.
Se lo tendrán que compartir por épocas.
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