Pues sí, como dice el enorme anuncio de la CONAGUA y SEMARNAT, debemos conocer y aplicar las medidas de prevención y autoprotección dadas las lluvias y, sobre todo las raras y hoy frecuentes granizadas que ya casi son diarias.
(Señalemos, sobre todo, la cantidad de basura que se deja en las alcantarillas.)
Aún señalando lo anterior que requiere una larga reflexión, recuerdo hoy una etapa de mi vida que incluye el título de esta entrada de mi blog.
A principios de los años 70, -claro, del siglo pasado- Echeverría era presidente y mi marido era Director de INFONAVIT. Entre las muchas cosas que se pueden comentar acerca de aquel sexenio recuerdo a los lectores -si los hay- que la Primera Dama era la Compañera María Esther e instituyó un voluntariado entre las esposas de los funcionarios públicos.
Yo me sumé encantada pues mi mente calenturienta me inducía a inventar mil proyectos que se podían y debían aplicar a la vivienda de los trabajadores que, desde luego, no incluían la necesidad de casar a nadie ni ser partera empírica, voluntariados muy socorridos en aquella época.
Hice de todo, desde un Patronato Cultural en el que me acompañaron Ida Rodríguez Prampolini, Teodoro González de León, Matías Goeritz, y Miguel Cervantes, hasta un programa de mobiliario para la vivienda popular, con los muebleros de nuestro país, fabricantes y vendedores. (Me enteré entonces que una cama doble cuesta lo mismo que una sencilla con lo cual, toda la familia feliz duerme junta en la primera.
Por otra parte, pero más importante que lo anterior en compañía de varias voluntarias y funcionarios, consideramos que una vivienda nueva para un sector previamente desprotegido requería mucho apoyo de mantenimiento generalmente descuidado o hasta desconocido. Una unidad habitacional, por ende, requerirá una comunidad consciente de las implicaciones de este mantenimiento comunal si se quiere que la infraestructura urbana y las instalaciones con que se iban a recibir todas y cada una de sus viviendas duraran en buen estado.
¿Qué le toca a cada quién hacer adentro y afuera?
Para pronto me puse a elaborar -obviamente con amigos conocedores- el Manual del Propietario, mismo que se regaló a quien recibía la escritura de su nueva casa.
Más tarde y ya experta en materia de lo que significa la difusión para el éxito de un programa y con la ayuda de Carlos Payán en aquel entonces Director de Crédito de la institución y José Francisco Ruiz Massieu, Jefe de Orientación y Servicios Jurídicos imaginamos un programa que planteara la problemática del porvenir y sugerencias para enfrentarlo. Con ellos y la anuencia del Director, convenimos llamar a Ricardo Garibay para hacer un mini documental que planteara los problemas que podrían enfrentarse y diera los consejos correspondientes con gracia y sin ofender.
Pusimos manos a la obra y, en reunión formal, Garibay nos escuchó altivo en aquella sala de juntas.
Recuerdo muy bien, a mi que todo se me olvida, que el escritor lo único que nos dijo fue "Yo soy muy caro", y nosotros, que hacíamos todo con saliva y papel revolución, nos despedimos tristes y un tanto cuanto molestos con él.
Pensamos en varios escritores y, a final de cuentas, acabamos por trabajar nada más ni nada menos que con Héctor Suárez, entonces de los cómicos más queridos y aplaudidos de la televisión mexicana.
Inteligente y gracioso, Héctor era, sobre todo, amigo nuestro. Nos iba a escuchar y entender. Íbamos a trabajar para su público y los conocía mejor que nadie. Además, sabía de cine y televisión. ¿Quién mejor?
¿Qué fue lo que produjo Héctor?
(Señalemos, sobre todo, la cantidad de basura que se deja en las alcantarillas.)
Aún señalando lo anterior que requiere una larga reflexión, recuerdo hoy una etapa de mi vida que incluye el título de esta entrada de mi blog.
A principios de los años 70, -claro, del siglo pasado- Echeverría era presidente y mi marido era Director de INFONAVIT. Entre las muchas cosas que se pueden comentar acerca de aquel sexenio recuerdo a los lectores -si los hay- que la Primera Dama era la Compañera María Esther e instituyó un voluntariado entre las esposas de los funcionarios públicos.
Yo me sumé encantada pues mi mente calenturienta me inducía a inventar mil proyectos que se podían y debían aplicar a la vivienda de los trabajadores que, desde luego, no incluían la necesidad de casar a nadie ni ser partera empírica, voluntariados muy socorridos en aquella época.
Hice de todo, desde un Patronato Cultural en el que me acompañaron Ida Rodríguez Prampolini, Teodoro González de León, Matías Goeritz, y Miguel Cervantes, hasta un programa de mobiliario para la vivienda popular, con los muebleros de nuestro país, fabricantes y vendedores. (Me enteré entonces que una cama doble cuesta lo mismo que una sencilla con lo cual, toda la familia feliz duerme junta en la primera.
Por otra parte, pero más importante que lo anterior en compañía de varias voluntarias y funcionarios, consideramos que una vivienda nueva para un sector previamente desprotegido requería mucho apoyo de mantenimiento generalmente descuidado o hasta desconocido. Una unidad habitacional, por ende, requerirá una comunidad consciente de las implicaciones de este mantenimiento comunal si se quiere que la infraestructura urbana y las instalaciones con que se iban a recibir todas y cada una de sus viviendas duraran en buen estado.
¿Qué le toca a cada quién hacer adentro y afuera?
Para pronto me puse a elaborar -obviamente con amigos conocedores- el Manual del Propietario, mismo que se regaló a quien recibía la escritura de su nueva casa.
Más tarde y ya experta en materia de lo que significa la difusión para el éxito de un programa y con la ayuda de Carlos Payán en aquel entonces Director de Crédito de la institución y José Francisco Ruiz Massieu, Jefe de Orientación y Servicios Jurídicos imaginamos un programa que planteara la problemática del porvenir y sugerencias para enfrentarlo. Con ellos y la anuencia del Director, convenimos llamar a Ricardo Garibay para hacer un mini documental que planteara los problemas que podrían enfrentarse y diera los consejos correspondientes con gracia y sin ofender.
Pusimos manos a la obra y, en reunión formal, Garibay nos escuchó altivo en aquella sala de juntas.
Recuerdo muy bien, a mi que todo se me olvida, que el escritor lo único que nos dijo fue "Yo soy muy caro", y nosotros, que hacíamos todo con saliva y papel revolución, nos despedimos tristes y un tanto cuanto molestos con él.
Pensamos en varios escritores y, a final de cuentas, acabamos por trabajar nada más ni nada menos que con Héctor Suárez, entonces de los cómicos más queridos y aplaudidos de la televisión mexicana.
Inteligente y gracioso, Héctor era, sobre todo, amigo nuestro. Nos iba a escuchar y entender. Íbamos a trabajar para su público y los conocía mejor que nadie. Además, sabía de cine y televisión. ¿Quién mejor?
¿Qué fue lo que produjo Héctor?
AGUAS CON EL AGUA