LA CRISIS
El ritmo de los acontecimientos de la crisis financiera que tenemos encima, -y digo tenemos porque aunque se inicie en Estados Unidos sin lugar a duda nos llega más pronto que tarde- se acelera como bola de nieve convertida en avalancha. Veamos.
Después de la caída de
Bear Stearns a mediados del mes de marzo y otros asuntillos, el 7 de septiembre viene el rescate de
Fannie Mae y Freddie Mac y el 15, con nuestras fiestas patrias, se anuncia la quiebra de
Lehman Brothers. El Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Henry Paulson sale a los medios para anunciar que el gobierno de Bush se hará cargo de
5 trillones de dólares (me niego a hacer la conversión) en hipotecas. Para muchos, incluido el Premio Nobel de Economía
Joseph Stiglitz, el asunto tiene implicaciones tanto financieras como ideológicas pues significa que el Estado entra a ocupar un lugar que pertenece única y exclusivamente a la iniciativa privada. En opinión del Nobel, "la crisis que ha sacudido Wall Street la última semana es para ese modelo el equivalente a lo que fue la caída del muro de Berlín para el comunismo".
Como sabemos, ahí no acaba el asunto. Para salvar al sistema financiero de Estados Unidos, el
martes 23 de septiembre, Paulson y el Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, proponen un programa de emergencia ante el Comité de Asuntos Bancarios del Senado por la módica suma de $700 mil millones de dólares. El Secretario lamenta tener que hacerlo pero el panorama, que lo remite a 1929, es terrible: sin una intervención gubernamental drástica los mercados financieros se paralizarían, la economía sufriría todavía más, se perderían más empleos y la esperanza de recuperación estaría aún más lejana. Alegando que para el éxito del plan debía actuarse de inmediato y evitar la introducción de otras disposiciones estorbosas, Paulson y sólo Paulson sería el responsable de asignar los recursos donde y cuando se necesitaran.
La cuantía del programa y las condiciones impuestas levantaron ámpulas en ambos lados del espectro camaral. Entre otras cosas, a lo largo de la crisis ya se había cuestionado la falta de reglamentación y control del gobierno de Bush sobre las hipotecarias y sobre los enormes beneficios con que se salían los pillos de las compañías "quebradas" o vendidas al mejor postor. Con un programa que proponía la disposición de setecientos mil millones de dólares, una falta de supervisión sobre el rescate gubernamental y daba plenas facultades a un Secretario -procedente por cierto de Goldman Sachs- que seguramente dejaría de serlo en una cuarentena, ¿de veras creía que se iba a ir con la aprobación inmediata del Congreso?
Al fin, el
miércoles 24 George W. Bush da la cara al público estadounidense y, en un discurso articulado -que no suele ser su costumbre- dice:
"We are in the midst of a serious financial crisis. Our entire economy is in danger." ("Nos encontramos en la mitada de una crisis financiera grave. Nuestra economía en su conjunto está en peligro.") "El mercado no está funcionando bien, se ha perdido la confianza y esto puede resultar en un pánico financiero generalizado."
Entre el programita del Tesoro y la Reserva Federal y las palabras George W., el asunto es como para salir corriendo. Eso de que "puede haber pánico financiero" en boca de un presidente es de por sí poco usual, y si se añade lo de los responsables de la economía, ¡peor! Yo, por lo pronto, me iría pa´ Mérida, pero los que tienen que trabajar con el asunto, conscientes de lo que está sucediendo y después de cuestionar ampliamente a los funcionarios mencionados, empiezan a entretejer un programa alterno que reuna los cuestionamientos de expertos y -bendita democracia- los de esos estadounidenses que están sufriendo los resultados de los malos manejos gubernamentales -por falta de supervisión- y de grandes compañías privadas que se han aprovechado, obviamente para su propio beneficio, de su ingenuidad y sus recursos. Serán ellos los que votarán en noviembre para que permanezcan en el Senado y la Cámara de Representantes además de por el futuro presidente del país. Allí sí hay reelección y los congresistas -diputados y senadores- lo son porque plantean y luchan por las demandas de sus representados.
LA CAMPAÑA ELECTORAL
A todo esto, el mismo miércoles, un candidato, John McCain, poco versado en temas económicos según el mismo ha confesado, se percata de que hoy por hoy, y como diría en su momento Bill Clinton, "It´s the economy, stupid!". Sus bonos están bajando y, como ha hecho en otras ocasiones, echa su quinta de bastos. (¿Así se dice?) A los medios que lo siguen dice que abandona la campaña, le pide al Senador Obama que haga lo mismo y posponga el debate del viernes 25 porque él parte de inmediato a Washington para solucionar el asunto. Nos lo imaginamos metiéndose en una cabina telefónica, quitándose la ropa, visualizamos en lugar de una gran S una enorme Mc y sucar los cielos hasta llegar al Capitolio. Hasta oimos la música. Es, ríen sus adeptos, un maverick.
Originalmente y en inglés, el término
maverick se refiere a un animal que no se ha llegado a domar, o que aún no se ha marcado. Es un animal que puede dar de brincos y correr hacia cualquier lado sin control alguno. Nadie sabe hacia dónde va a ir en un corral aparentemente cerrado. A finales de los años cincuenta del siglo pasado (¡!) la
televisión estadounidense nos favoreció con una serie ubicada en el lejano y viejo oeste -léase indios y vaqueros- sobre una familia de tahúres, tres hermanos, Brett, Bart y Brent Maverick que se ganan la vida jugando al poker.
Hoy, en una situación que cambia cada 5 minutos y puede dar de brincos o correr hacia republicanos o demócratas, el
maverick, vuelve a tirar los dados frente -según algunos expertos- a su caída en esas encuestas que son retratos del momento y tiene a todos pendientes de su palabra: ¿debatirá o no debatirá? ¿Logrará salvar la situación y hará que todo se olvide, la bolsa vuelva a subir, las hipotecas se salven y repunten la economía y el empleo?
Obama se extraña de la salida de McCain porque, dice, le habló por la mañana para sugerirle una declaración conjunta -y bipartidista- en apoyo de la resolución que se tomara por el Congreso y le pareció curioso que sólo 10 minutos después saliera a los medios pidiendo el aplazamiento del debate.
Obama señala, además, que le parece importante que los estadounidenses vean y escuchen lo que sobre el asunto dicen los candidatos que se encargarán de entrarle al problema en unos cuantos meses y son ellos quienes deben de comunicar lo que piensan sobre la forma de salir de esta situación. En resumidas cuentas, él no cancela el debate.
En esta novela por entregas, pero rápidas, y como estará volando en unos minutos hacia Washington para arreglar la situación, McCain cancela su aparición en el programa de
David Letterman en la CBS. Nunca lo hubiera hecho. El anfitrión de
The Late Show no se ofendió tanto por la cancelación: McCain había sido muy gentil y le había hablado personalmente sobre su urgencia de salir de inmediato para lo que ya sabemos. Pero, y ahí viene el pero, en el mismo momento en que se suponía volaba hacia Washington, aparecía en el programa de
Katie Couric.
Letterman is not amused. Me dirán que en una situación tan seria, lo que relato es pura trivia y, es más, es trivia frívola. Sí, pero en el ambiente que existe, la comicidad ácida de Letterman hace pomada a McCain; lleva dos noches haciéndolo y supongo que seguirá en los que se acumulen.
COLOFÓN
A todo esto, Sarah Palin se considera versada en política exterior en virtud de que Rusia está cerca de Alaska y cada vez que Putin mira para abajo cuando vuela hacia E.U., lo primero que ve de tierra es Alaska. Pero algunos necios se ríen. Como la palabra caricaturizar se le dificulta y la entrevistadora (nuevamente Katie Couric) la ayuda diciéndole ¿se burlan? Pues sí.
P.D. Aún hay más.