No me cabe duda que la fiesta en sí va a ser fantástica y me apunto a verla por televisión como, cosa curiosa, nos pide el gobierno que hagamos todos. Es decir: "Vamos a festejar, pero mejor quédese a hacerlo en casita". Mañana nos quedaremos boquiabiertos con las luces que nos traerá el australiano sin reparar en gastos y me muero por ver a Kukulcán volando por los aires.
No obstante, los mexicanos nos estamos cuestionando el gasto cuyo destino desconocemos en medio de nuestras distintas crisis y muchos se preguntan qué hay que celebrar. Probablemente no nos es necesario entrar en más detalle: las conmemoraciones del bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución se cuestionan
ad nauseam. Hemos llegado a añorar a Don Porfirio -a quien nunca conocimos- y los monumentos que nos legó son espinas que seguramente se atoran en el gaznate de nuestros actuales gobernantes.
Al igual que el Parque Bicentenario, la estela de luz, famosa por cara, de dudosa representatividad y calidad artística e incierta fecha de inauguración, se ha perdido en la maraña de retrasos, malos cálculos y desorganización.
En la capital del país no se respiran aires de violencia como sabemos que sucede en varios estados fronterizos o, incluso, en Michoacán donde hace un par de años hubimos de lamentar varios muertos en estas fechas. No obstante, lo que sucede en partes del país nos angustia y preocupa.
Hace mucho que no voy al Zócalo. Recuerdo cuando mi tío Francisco me llevaba de niña cuando luego fuí de joven esposa, pero hace mucho que no he vuelto a gritar desde la plaza eso de que mueran los gachupines. Hoy francamente me daría terror hacerlo y más por los apretujones que por el miedo a la violencia.
En
Milenio leo que Enrique Krauze ha concluido que "México está sumido en una depresión crónica" a causa de la violencia, la crisis económica, la pobreza, el desempleo y "una generación codiciosa y dogmática de políticos . . .que nos han fallado". Pensamos que no tenemos futuro y nada de lo que hicimos vale la pena, dice el director de
Letras Libres.Si es así -y no lo dudo- llevamos arrastrando la depresión desde hace 40 años con breves interludios de esperanza. Toda una vida para millones; la mitad de la vida para los privilegiados.
¿Tendremos realmente algo qué festejar?
Me uno a los que creen que sí y reflexionan al respecto. Federico Reyes Heroles, en su artículo del diario Reforma de hoy, 14 de septiembre, piensa en su bisabuelo analfabeta llegado a finales del siglo XIX procedente de un poblado de pescadores cercano a Barcelona, en su abuelo materno nacido en Coahuila, cuyos destinos a base de trabajo del primero y educación con grandes esfuerzos para el segundo, fueron muy exitosos. Qué decir del prestigio logrado por su padre cuyos esfuerzos por educarse son dignos de señalarse.
A mi me queda decir que mis padres salieron de una España en llamas para encontrar la posibilidad de trabajo y libertad.
Vuelvo a recordar, porque hay que hacerlo a diario, la lección que nos diera el viejo zapatista en su entrevista de hace algunos años cuando, al preguntársele qué le había dado la Revolución si seguía siendo pobre, contesta con fuerza:
-Se equivoca joven, la Revolución nos dió las tierras, nos dió educación y nos dió salud. Luego cada quien hizo con esto lo que quiso.