Desde hace tiempo, las autoridades delegacionales se han dedicado a cargarse las pocas colonias tranquilas que existen en nuestra ciudad. Lo vemos, por ejemplo, en San Pedro de los Pinos donde empiezan a proliferar los edificios en lo que antes se llamaban colonias de viviendas unifamiliares. Lo mismo sucede en Tizapán -donde yo vivo- donde por sus calles es raro que puedan transitar dos coches a la vez, las aceras son casi inexistentes y, cuando las hay, los arbolitos plantados las han convertido en vías de obstáculos que las vuelven inservibles para el paso peatonal. Como en todo el Distrito Federal, en temporada de estío llegamos a carecer de agua y los repulsivos camiones de la basura van recogiendo -y a la vez tirando- montones de desperdicios en pocas de sus estrechas calles. Sabe Dios cuantos microbios se esparcen a nuestro alrededor.
Desde hace varios meses escribí en este medio que la Delegación Álvaro Obregón se ha empeñado en convertir a Tizapán en una colonia de alta densidad demográfica y tuvo a bien aprobar, entre otras muchas obras, la construcción de tres edificios de departamentos de 6 pisos en la calle de Aldama que carece de aceras y difícilmente deja pasar los camiones de gas. Los vecinos hemos acudido a la Delegación miles de veces sin resultado alguno. Por ello me regocija la idea de que se empiece a demoler la estructura de Millet 72.
Pero, ¿tendremos la misma esperanza lo tizapeños? Ya se demolió una antigua casa en un predio grande de la calle de Rancho la Palma a contra esquina de la escuela. Allí la vialidad es mayor pero todas las salidas son embudos. ¿Qué nos espera?
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