miércoles, 11 de mayo de 2011

NUESTRO MÉXICO

El domingo pasado, leía los diarios en Yautepec como acostumbro y, en La Jornada procedo a enterarme de los pormenores de La Marcha que, convocada por el poeta Sicilia, había salido de Cuernavaca para llegar al Zócalo de la Ciudad de México. Los manifestantes estaban el sábado en la Ciudad Universitaria y allí se encontraba Teresita Carmona.
Hija de Matías Carmona y Teresa Lobo, amigos muy queridos y antiguos, Teresita llegaba de Cancún, donde vive, para unirse al contingente: su hijo, recién ingresado a la carrera de arquitectura, había muerto en una de ya tantas tragedias vividas por los mexicanos.
La entrevista que le hace el diario me aranca las lágrimas y al acordarme sigo llorando. Lo admito: soy de lágrima fácil, pero nunca me había pasado al leer un periódico.
El lunes, esperaba la visita de una amiga en mi casa de Tizapán y ya era tarde. La amiga no llegaba. La llamo por teléfono y me cuenta. Al dar la vuelta para llegar a mi casa, a una cuadra de la Delegación de policía, dos sujetos con un arma y un bat -o lo que fuera- la asaltan, le rompen los vidrios del coche y le quitan la bolsa.
Ayer martes, en una reunión con amigos, otra persona me comenta lo que le acaba de suceder. Es terapeuta y uno de sus pacientes está preocupadísimo porque su hijo no quiere estudiar. Su razón: prefiere meterse a narcomenudista que hacerlo y después buscar un empleo que sabe Dios si encuentre o cuánto le va a pagar.
La ley del menor esfuerzo y un país sin ley donde quien sea puede tener un arma, hacer lo que se le dé la gana y nadie que los detenga. Me recuerda que en frente de casa de mi madre, habían pescado a un ladrón, lo habían llevado a la delegación y lo habían soltado porque "era demasiado peligroso".
¿A dónde vamos a parar?

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