martes, 20 de agosto de 2013

LAS GLADIOLAS DE ADRIÁN

Recibo con gran gusto la invitación que me envía Roberta Lajous a la presentación del libro de su padre, Adrián Lajous que contiene una recopilación de sus artículos en el diario Excélsior hace la friolera de veinte años. 
Hombre de gran valor y enorme simpatía, a Adrián lo quise y admiré muchísimo, de manera que, haciendo uso de una memoria que he ido perdiendo desde entonces, recojo un artículo que escribí para el diario El Economista titulado "Las Gladiolas de Adrián" que procedo a transcribir por aquello de que pudiera interesar.
04/10/92
Las Gladiolas de Adrián
POR MARÍA TERESA MÁRQUEZ

Los que estudiamos economía en la prehistoria y, con más agravantes, en la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, pensábamos que todo país que se preciara de serlo debía ser autosuficiente en todo: esto es, alimentación, vestido y vivienda.
Es más, creo que en aquel entonces nuestros gobernantes nos comunicaron jubilosos que había alcanzado esta autosuficiencia.
Todo estaba encaminado para ello. Había que producir x millones de toneladas de maíz, frijol, huevo, carne, leche, etc.  y viviendas para una población que crecía al 3.5% y z textileras elaborarían las prendas de vestir de nuestros 70 millones de habitantes.
Sustitución de importaciones era lo nuestro.
Logrado esto, nuestros excedentes se exportarían para obtener "la mantequilla sobre el pan" vía importaciones.
Algo inquietaba nuestra ínsula, isla, comunidad cerrada independiente: una "obscura" teoría de un tal Ricardo que, a pesar de haberse lanzado a la luz doscientos años antes, irrumpía en la única verdad de la economía autosuficiente que dictaban nuestros maestros a diestra y siniestra (más bien esta última) "la teoría de las ventajas comparativas".
¿Qué decía a los escépticos esta teoría?" Pues ni más ni menos que debíamos producir sólo lo que hiciéramos con eficiencia y aquello con lo que puddiésemos competir favorablemente con otros países.
Esto es, más o menos (para párvulos) que produjéramos maíz, frijol y cemento si en eso éramos eficientes y vendiéramos los excedentes. Con estos importaríamos la carne, la ropa y la maquinaria para producir los bienes manufacturados que nuestros habitantes requieren para bien vivir.
Lógico, pero durante muchos años seguimos deseando ser autosuficientes en todo. Tanto, que resultó novedoso cuando Adrián Lajous, yendo de lo sublime a lo ridículo (mais non tanto) escribió que lo que debíamos exportar eran gladiolas -producto que México producía a bajísimo costo y muchos países deseaban comprar- para importar lo que requeríamos para otros menesteres. ¿No era cierto que Holanda hacía y hace lo propio con los tulipanes?
Ante semejante confrontación ideológica, hubo uno que otro "infrarrojo" que increpó a Adrián diciendo que deseaba sujetar al pueblo a lo que otros países quisieran venderle y acabar con su soberanía (¡!).
Hoy pocos mexicanos habrá que -haciendo un llamado a David Ricardo y su teoría de las ventajas comparativas- no pidan a los Todopoderosos que eviten mandar "atletas" a las olimpiadas del 96. Desgraciadamente ahí ni gladiolas tenemos.
Podríamos, por otra parte, volver para el caso los ojos a los países de la Comunidad de Estados Independientes o cuba y sembrar atletas (o gladiolas) para lograr las anheladas medallas.  Estos países no supieron qué hacer con su economía pero ciertamente han sabido crear atletas. Emulándolos, debemos de veras invertir en un CEDOM que beque a niños (sí, niños) que coman bien, duerman bien, y entrenen todo el día durante diez años en unas cuentas (si, sólo unas cuantas) disciplinas.
Si no es así, por lo menos aprendamos a callarnos. No ensalcemos a personas dignísimas que se han de sentir chinches porque no traen al país el oro, sin haber tenido jamás una posibilidad real de hacerlo.

 

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