En su Sobreaviso del sábado 22, René Delgado, del diario Reforma, nos presenta un panorama que muchos quisieramos rechazar, esto es:
"la imagen nítida de una República de "gangs". Por si no tuvo la oportunidad de leerlo, aquí reproduzco gran parte del texto.
Una República donde bandas o grupos de muy diversa índole, criminal o no, se disputan un botín, pelean por su dominio o intentan imponer a como dé lugar sus intereses particulares. Una República donde la sociedad aparece invariablemente como el rehén.
Es brutal la imagen. El crimen organizado ensaya una nueva estrategia, donde usa a los marginados como escudo humano y base social de su industria. Las televisoras descargan su furia contra la autoridad electoral, echándoles en contra al electorado. Los partidos, destacadamente el del gobierno, en vez de servir a la ciudadanía se sirven de la ciudadanía y poco les importa sacrificar el interés nacional. Los caciques, con o sin gel, hacen de la impunidad parte de su galanura, gracias a la generosidad de los ministros que imparten derecho sin justicia. Los bancos nacionales de propiedad extranjera sangran al país... y la administración, la administración rebota entre la condición de víctima o de cómplice. . . .
. . .en el fondo, el mal mayor de la República no está en la actividad delincuencial como en la garantía de la impunidad con que aquella se practica. Y, en el reino de la impunidad, entran no sólo los criminales socialmente reconocidos sino también los actores y factores de poder socialmente desconocidos que han hecho del Estado de derecho el motivo de su burla; de la presión y el chantaje el instrumento de negociación, y de la ciudadanía la palanca de su incontenible fuerza.
En la impunidad es donde la autoridad judicial, electoral, legislativa, fiscal, gubernamental y política se complica y mide con varas muy distintas la aplicación del derecho hasta pervertir los valores de la justicia y la confianza. Valores, éstos, fundamentales en todo Estado de derecho y en toda democracia porque son los que dan certidumbre sobre el funcionamiento de las instituciones. Cuando se mide con varas distintas el Estado de derecho, haciéndolo valer a veces y a veces no, no queda sino un Estado intermitente.
En la impunidad, no importa cuál sea su campo, es donde la autoridad se complica -por no decir donde se hace cómplice- y se pierde.
Por eso, cuando unos consejeros electorales perdonan la violación de la ley a partir de una negociación, se desfonda el Estado de derecho. Por eso, cuando unos ministros reconocen cabalmente graves violaciones a los derechos humanos pero no se atreven a señalar a los responsables, se desmorona la justicia. Por eso, cuando un gobierno sacrifica el interés público -llámese éste mejora de la calidad educativa o combate a la corrupción en el gremio petrolero- en aras de una alianza política o electoral, se borran las prioridades nacionales. Por eso, cuando un brutal juego de poder en el campo de las telecomunicaciones se encubre con un escándalo de sábanas y conversaciones, se "privatiza" lo público y se excluye a la nación. Por eso, cuando el gobierno unge complacido en el poder a una cúpula sindical marcada por sus fechorías y latrocinios, se mira el pasado como destino. Por eso, cuando la autoridad hacendaria denuncia el saqueo de dólares y no hace más que rescatar y rescatar una y otra vez a los bancos, se desfonda la confianza. Por eso, cuando los caudillos se sirven de las instituciones que desprecian y utilizan como franquicia a los partidos, se pierde la luz del rayo de esperanza. Por eso, cuando los gobernadores miran para otro lado para dejar de ver lo que no deben dejar de observar, se pierde la legitimidad en el mandato. Por eso, cuando un secretario de Estado abre la boca, más de uno muere de risa. Por eso, cuando se pide echar a volar la imaginación para salvar la crisis y el despilfarro del dinero público se sostiene, se deja de creer en la reactivación de la economía. Por eso, cuando se presenta al crimen organizado como el único mal de la nación, se duda si eso es cierto.
. . .Sea como elector, televidente, consumidor, cuentahabiente, empleado, contribuyente, gobernado, tarjetahabiente, espectador, afiliado, simpatizante, en la condición que sea la sociedad siempre queda en medio de la disputa de tal negocio, del tal servicio, de tal mercancía, de tal concesión, del tal banco, de tal gobierno, de tal presupuesto que pelean "los gangs" de la República. La sociedad queda en medio, cuando no es utilizada como ariete en la lucha de esos grupos particulares por conquistar algún negocio, privilegio o prebenda. Eso cuando no, como en estos días, es usada como carne de cañón, carnada, víctima o presa cautiva.
. . .La decisión gubernamental, plausible, de actuar decididamente contra el crimen organizado no puede limitarse a ese solo campo y hacerse de la vista gorda en otros o, peor aún, participar como cómplice de su violación. El imperio de la ley es uno. No es un imperio aquel cuyo dominio se extiende, si se extiende, a un solo campo de su esfera.
La sociedad requiere de señales muy claras del combate a la impunidad donde quiera que ésta tenga expresión, antes de que la desesperación la atrape y resuelva actuar como pueda y en donde pueda. Esas señales no sólo debe emitirlas el gobierno, también deben enviarlas los jueces y los ministros, los diputados y senadores, los funcionarios y los gobernadores, los dirigentes y militantes partidistas... Pueden pedirse también esas señales a los factores reales de poder pero, si no las dan, hay que exigirlas.
Sin esas señales, la puerta emparejada del Estado débil y el gobierno frágil abrirá sus hojas, de par en par, a la República de los "gangs".
Es brutal la imagen. El crimen organizado ensaya una nueva estrategia, donde usa a los marginados como escudo humano y base social de su industria. Las televisoras descargan su furia contra la autoridad electoral, echándoles en contra al electorado. Los partidos, destacadamente el del gobierno, en vez de servir a la ciudadanía se sirven de la ciudadanía y poco les importa sacrificar el interés nacional. Los caciques, con o sin gel, hacen de la impunidad parte de su galanura, gracias a la generosidad de los ministros que imparten derecho sin justicia. Los bancos nacionales de propiedad extranjera sangran al país... y la administración, la administración rebota entre la condición de víctima o de cómplice. . . .
. . .en el fondo, el mal mayor de la República no está en la actividad delincuencial como en la garantía de la impunidad con que aquella se practica. Y, en el reino de la impunidad, entran no sólo los criminales socialmente reconocidos sino también los actores y factores de poder socialmente desconocidos que han hecho del Estado de derecho el motivo de su burla; de la presión y el chantaje el instrumento de negociación, y de la ciudadanía la palanca de su incontenible fuerza.
En la impunidad es donde la autoridad judicial, electoral, legislativa, fiscal, gubernamental y política se complica y mide con varas muy distintas la aplicación del derecho hasta pervertir los valores de la justicia y la confianza. Valores, éstos, fundamentales en todo Estado de derecho y en toda democracia porque son los que dan certidumbre sobre el funcionamiento de las instituciones. Cuando se mide con varas distintas el Estado de derecho, haciéndolo valer a veces y a veces no, no queda sino un Estado intermitente.
En la impunidad, no importa cuál sea su campo, es donde la autoridad se complica -por no decir donde se hace cómplice- y se pierde.
Por eso, cuando unos consejeros electorales perdonan la violación de la ley a partir de una negociación, se desfonda el Estado de derecho. Por eso, cuando unos ministros reconocen cabalmente graves violaciones a los derechos humanos pero no se atreven a señalar a los responsables, se desmorona la justicia. Por eso, cuando un gobierno sacrifica el interés público -llámese éste mejora de la calidad educativa o combate a la corrupción en el gremio petrolero- en aras de una alianza política o electoral, se borran las prioridades nacionales. Por eso, cuando un brutal juego de poder en el campo de las telecomunicaciones se encubre con un escándalo de sábanas y conversaciones, se "privatiza" lo público y se excluye a la nación. Por eso, cuando el gobierno unge complacido en el poder a una cúpula sindical marcada por sus fechorías y latrocinios, se mira el pasado como destino. Por eso, cuando la autoridad hacendaria denuncia el saqueo de dólares y no hace más que rescatar y rescatar una y otra vez a los bancos, se desfonda la confianza. Por eso, cuando los caudillos se sirven de las instituciones que desprecian y utilizan como franquicia a los partidos, se pierde la luz del rayo de esperanza. Por eso, cuando los gobernadores miran para otro lado para dejar de ver lo que no deben dejar de observar, se pierde la legitimidad en el mandato. Por eso, cuando un secretario de Estado abre la boca, más de uno muere de risa. Por eso, cuando se pide echar a volar la imaginación para salvar la crisis y el despilfarro del dinero público se sostiene, se deja de creer en la reactivación de la economía. Por eso, cuando se presenta al crimen organizado como el único mal de la nación, se duda si eso es cierto.
. . .Sea como elector, televidente, consumidor, cuentahabiente, empleado, contribuyente, gobernado, tarjetahabiente, espectador, afiliado, simpatizante, en la condición que sea la sociedad siempre queda en medio de la disputa de tal negocio, del tal servicio, de tal mercancía, de tal concesión, del tal banco, de tal gobierno, de tal presupuesto que pelean "los gangs" de la República. La sociedad queda en medio, cuando no es utilizada como ariete en la lucha de esos grupos particulares por conquistar algún negocio, privilegio o prebenda. Eso cuando no, como en estos días, es usada como carne de cañón, carnada, víctima o presa cautiva.
. . .La decisión gubernamental, plausible, de actuar decididamente contra el crimen organizado no puede limitarse a ese solo campo y hacerse de la vista gorda en otros o, peor aún, participar como cómplice de su violación. El imperio de la ley es uno. No es un imperio aquel cuyo dominio se extiende, si se extiende, a un solo campo de su esfera.
La sociedad requiere de señales muy claras del combate a la impunidad donde quiera que ésta tenga expresión, antes de que la desesperación la atrape y resuelva actuar como pueda y en donde pueda. Esas señales no sólo debe emitirlas el gobierno, también deben enviarlas los jueces y los ministros, los diputados y senadores, los funcionarios y los gobernadores, los dirigentes y militantes partidistas... Pueden pedirse también esas señales a los factores reales de poder pero, si no las dan, hay que exigirlas.
Sin esas señales, la puerta emparejada del Estado débil y el gobierno frágil abrirá sus hojas, de par en par, a la República de los "gangs".
P.D. En efecto, como me dice Pedro habría que evitar la palabra gangs. Quisiera, pero estoy citando verbatim a René Delgado.
1 comentario:
De los "gangs"
¿Qué expresión más feas? De rufianes, de bandidos, de mafiosos. ¡No de gangs, por favor, Tere!
Publicar un comentario