viernes, 6 de febrero de 2009

RONALD REAGAN

Siempre me han intrigado los suspiros de nostalgia y veneración de los estadounidenses por Ronald Reagan. Con la frase aquella de "government is not the solution to our problem; government is the problem", el Gran Comunicador propone eliminar los obstáculos que, según él, fueron la causa de la disminución en la productividad y reducido el crecimiento económico de Estados Unidos. El liberalismo se convierte en mala palabra.
Con su líder, el Congreso republicano, baja impuestos al capital, comienza la desregulación del sistema financiero, reduce los escasos apoyos del estado a marginados, prohibe la ayuda internacional del país a organizaciones que proporcionen servicios o asesoría relacionados con el aborto y, por supuesto, la reduce el National Endowment for the Arts a su mínima expresión agarrándose, si mal no recuerdo, de Maplethorp para clavar más clavos en la cruz de la Cultura. (Sí, con mayúscula.)
William Bunch, analista político y articulista del Philadelphia Daily News publica ahora el libro Tear Down this Myth sobre sus recuerdos angustiosos de los tiempos de Ronald Reagan, a quien llama viejo chocho y maligno (a doddering, but deadly old fool). Según Bunch, el mito bordado en torno de Reagan importa porque tiene suficiente fuerza para descarrilar las propuestas de la nueva administración justificando un sistema impositivo que perjudica a la clase media y sigue ignorando el consenso científico sobre el calentamiento global.
Ciertísimo: hoy, con más de 3 millones y medio de desempleados, los senadores republicanos hablan de gastos en "cochinadas" (pork barrel spending) tratadose de la seguridad social y la educación, no digamos de las aportaciones a las artes. Fustigan, además, al Presidente Obama por acudir a las entrevistas en los medios para hablar de la gravedad del asunto. No se pone a trabajar, dicen de este hombre que en unos días tiene boquiabiertos a muchos líderes del mundo mundial.
Si hoy por la mañana, en la Sala Este de la Casa Blanca, Obama presenta a un equipo imponente de asesores en materia económica encabezados nada menos que por Paul Volcker (según Obama por ser el más alto de todos), en el capitolio, o sea, del otro lado de la Avenida Pennsylvania, los del partido perdedor siguen en la necedad de que lo mejor es gastar rápido con devolución de impuestos.
Nosotros, por supuesto, estamos en Jauja. Aquí no pasa nada y el presidente Calderón nos repite que dejemos de ser catastrofistas.

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