domingo, 12 de abril de 2009

CON AMORE

La semana pasada, después de una mañana agotadora y a tono con esta Santa Pascua, Elena y yo llegamos donde Cristo dió las tres voces: la encantadora casa de Irma Grizá y Eduardo Gamboa con su bosque, barranca arbolada llena de frutales y flores que han cuidado durante años. No menos encantadores los dueños quienes, llegues como llegues, en cinco minutos te abrigan y hacen sentir todo el cariño del mundo.
Llevábamos tiempo concertando esta comida pero se había pospuesto, gracias a las ocupaciones y dificultades que plantea esta malhadada ciudad. Irma, pintora irredenta, emprendía al día siguiente viaje a Guadalajara para inaugurar su última exposición en el Museo Regional.
No sé cuando empezó a su faceta abstracta y cuando pienso en su pintura más bien recuerdo una enorme palmera. Me gusta esta Irma abstracta, me encanta Irma persona, cariñosa, acogedora.
El artículo de Eliseo Alberto en el Milenio no me deja mentir y nos mete en esa vida que da a sus obras y sus amigos con la más amplia generosidad.
¿Y Eduardo? Otro ser privilegiado. El músico que comparte y reparte bondades. Otra alma que encaja perfectamente en ese mundo de pintura hierbas medicinales, especias, mermeladas, pipian y todo aquello que los Gamboa-Grizá se dan entre sí y dan a quienes conocen.

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