Creo que a los estadounidenses ya les cayó el veinte y desgraciadamente estamos en primera plana.
La revista
Time con su portada de esta semana que reza LA GUERRA EN CASA DEL VECINO nos ofrece dos artículos, el primero de Tim Padgett ("Now its survivors are fighting back") que viene siguiendo el tema desde hace 22 años cuando escribía del asunto desde el lado colombiano, hasta ahora que en México, escribe Padgett, "[los narcotraficantes] de mafiosos que sólo se mantaban entre sí, se han convertido en monstruos que liquidan cotidianamente a personas inocentes".
El segundo, de Jorge Castañeda ("The Way Forward") apela al cambio en la política estadounidense en la lucha contra el narco. Podemos sentarnos a esperar.
Veo también por la televisión estadounidense -canal CRTN- un documental producido en el año de 2009 sobre la guerra contra el narcotráfico en México.
Empezando con Ciudad Juárez, una joven reportera de extracción oriental recorre diversas partes del norte de la República señalando los impactos de bala, los cementerios, los cadáveres, las armas de alto poder incautadas, y hace entrevistas a presidentes municipales, jefes de policía y ciudadanos locales.
En Sinaloa, después de visitar pueblos cercanos al Triángulo Dorado y encontrarse con un par de cuerpos recientemente descuartizados, la reportera decide que no puede permanecer más en México, donde el asesinato es lo normal.
Pues sí: "Estamos hasta la madre!"
Luego de pasar dos años en México, entre 1922 y 1924, invitada por el nuestro flamante Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, para aportar su experiencia docente al diseño de la educación pública en México—aportación que todavía sirve de guía a muchos de nuestros empeños actuales en este importantísimo ramo—, una joven Gabriela Mistral parte a Europa en un largo viaje cuya primera escala es España. El 16 de diciembre de 1924, Enrique Díez-Canedo, mi abuelo, la presenta con palabras laudatorias en el PEN Club de Madrid. Acababa de publicarse en los Estados Unidos, por iniciativa de Federico de Onís, la primera edición de Desolación, el libro donde la Mistral recoge por vez primera su obra poética y del que mi abuelo había publicado una reseña muy elogiosa. De esta visita surge una amistad con la familia, de la que unas cuantas cartas de Gabriela a Teresa mi abuela en el archivo familiar dan escaso pero elocuente testimonio, y que continuará a la distancia y con la intermitencia impuesta por la itinerancia de Gabriela Mistral en sus periplos intelectuales y sus encargos diplomáticos. Uno de sus primeros frutos es sin duda la estancia en Chile de mi abuelo en su viaje por América Latina, a fines de 1927, donde impartió una serie de conferencias en la Universidad. Su paso por tierras chilenas le inspira además algunos epigramas. Permítaseme recordar dos de ellos:
Sólo un pintor joven, como siempre fue Freud hasta su muerte, podría pintar con tal fuerza y convicción. Según decía, sólo pintaba a la gente que le interesaba y le importaba. Se siente. A su mirada y su paleta no escapa ni la más mínima berruga.
