Me cuesta mucho hablar de arte. Le tengo mucho respeto y no le hago justicia. Pero no me puedo sustraer a la muerte de Lucian Freud. Es más, quisiera poner aquí todos sus retratos descarnados, terribles, fieles a lo que reconocemos como propio y no nos gusta.
Sólo un pintor joven, como siempre fue Freud hasta su muerte, podría pintar con tal fuerza y convicción. Según decía, sólo pintaba a la gente que le interesaba y le importaba. Se siente. A su mirada y su paleta no escapa ni la más mínima berruga.
"Nadie ha registrado tan descarnadamente la individualidad de nuestra carne, como él. Sin sentimentalismo alguno pintó nuestro peso, le dio color a nuestros bultos y a nuestra grasa. El biólogo observó como pocos y registró como nadie nuestra orografía y nuestra vegetación. Huesos, tetas, músculos, pelos, venas, arrugas, ojeras, lonjas. El cuerpo no es la piel que envuelve al alma: el cuerpo es carne y es tiempo. El cuerpo no es silueta, es volumen."
Grande entre los grandes, a Freud hay que verlo una y otra vez. No nos podemos cansar de recorrer los surcos de sus cuerpos que jóvenes o añosos denotan la vida tal y como es.
No hay comentarios:
Publicar un comentario