Para esta historia, me debato entre Travels with my aunt y recuerdos de un viaje con mi padre. Por lo pronto, me hubiera encantado tener los millones de Auntie Mame para bien gastarlos en mi viaje con Santiago a París. (No hablaré de lo caro que es porque sale sobrando.) Qué decir del aguante de la mujer para llevar a su sobrino de viaje por todo el mundo.
Ahora bien, mi padre no lo pasaba mal. Recuerdo un viaje a Roma en el que, dada la recién restauración de la Capilla Sixtina, insistí en visitarla. Juventud divino tesoro. Después de un par de horas de cola pudimos entrar mi madre y yo a admirar aquello. ¿Y mi padre? Él no; aquello estaba más que visto. Encantado con nuestro entusiasmo, desde el principio y sabiamente nos miró, vió la cola y nos dijo: "Ustedes váyanse. Yo me quedo por aquí tomándome un cárpano y viendo pasar a las chicas".
Por lo que hace a mi viaje con Santiago -pues me tengo propuesto llevar a mis 8 nietos a donde quieran en cuanto estén en edad de merecer y con Rodrigo, el mayor, fuí a recorrer España acompañado de mi madre y mi sobrino Javi- lo inicié sintiéndome Auntie Mame, aparentando un vigor que mi ciática y mis piernas desmentían. El metro, las colas y, sobre todo, las escaleras hacían estragos en mí. El acabose fue cuando, después de haberme librado de las escaleras del Sacre Coeur gracias al funicular y de vuelta en el bullicio de los jóvenes, se me ocurrió decir que teníamos que ir a la Place du Tertre. No recordaba que estaba al mismo nivel que el Sacre Coeur y sin funicular que me amparase. Pero claro, ya se la había anunciado al nieto de manera que sube que sube que sube, trepa que trepa que trepa, llegué desmadejada con el báculo de mi vejez (que así llamaba mi padre). La pasamos a todo dar. Vimos a una modelo trotar en ropa traslúcida fotografiarse para una revista, Santi se compró una boina roja y acabamos en un bistró bastante malo donde escuchamos canciones de la época de mi madre y la mía, bebiéndonos una botella de vino y muertos de la risa.
Pero aquel periplo hizo estragos en la abuela. Tanto así, que al cuarto día, subiendo las escalinatas de Louvre y frente a la Venus de Milo, sintiendo no tener frente a mí un martini hube de decirle a mi nieto "tu vete a ver lo que quieras que yo te espero aquí sentada".
Ya después la tomé con más calma. Santiago ya se sabía el metro de maravilla; encontró unos paseos guiados gratuitos por el centro de París; y se enteró de todo. Bueno, hasta subió al Arco de Triunfo cosa que a mí nunca se me ha ocurrido hacer ni en mis mejores momentos. También salió con unas amigas que también habían viajado allí de vacaciones primaverales.
Además de hacer las visitas obligadas, comimos y bebimos rico, visitamos Versalles, Chartres -donde hacía un frío del carambas y están restaurando la fachada- y en tour tres castillos del Valle de la Loire.
No diré que para terminar, pero si hacia el final del viaje, le propuse a Santiago tres opciones ineludibles: teníamos que ir al Lido, al Crazy Horse o al Moulin Rouge. El escogió el último. Yo, con ojo crítico decía que los bailarines estaban como para matarlos y bien a bien no supe si mi nieto traía los ojos desorbitados o no, pero creo que aquello no le molestó nada, como tampoco dejó de regodearse con las chicas parisinas y sus atuendos durante todo el paseo.
De vuelta en casa, sólo pienso -sí, pienso- en adelgazar, hacer ejercicio y en cómo hacerle para rejuvenecer pues tengo todavía 6 nietos más a los que debo llevar a otro lugar especial del mundo. ¿O no?
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