viernes, 29 de julio de 2011

ORDEN DE BERNARDO O´HIGGINS

Hace unos días, el gobierno chileno otorgó la orden de Bernardo O´Higgins a José Narro, rector de la Universidad Autónoma de México, Consuelo Saizar, Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y a Joaquín Diez-Canedo, Director del Fondo de Cultura Económica y mi primo.
En su discurso, Joaquín recordó un pasaje de la historia familiar que comparto aquí en este blog.

  Luego de pasar dos años en México, entre 1922 y 1924, invitada por el nuestro flamante Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, para aportar su experiencia docente al diseño de la educación pública en México—aportación que todavía sirve de guía a muchos de nuestros empeños actuales en este importantísimo ramo—, una joven Gabriela Mistral parte a Europa en un largo viaje cuya primera escala es España. El 16 de diciembre de 1924, Enrique Díez-Canedo, mi abuelo, la presenta con palabras laudatorias en el PEN Club de Madrid. Acababa de publicarse en los Estados Unidos, por iniciativa de Federico de Onís, la primera edición de Desolación, el libro donde la Mistral recoge por vez primera su obra poética y del que mi abuelo había publicado una reseña muy elogiosa. De esta visita surge una amistad con la familia, de la que unas cuantas cartas de Gabriela a Teresa mi abuela en el archivo familiar dan escaso pero elocuente testimonio, y que continuará a la distancia y con la intermitencia impuesta por la itinerancia de Gabriela Mistral en sus periplos intelectuales y sus encargos diplomáticos. Uno de sus primeros frutos es sin duda la estancia en Chile de mi abuelo en su viaje por América Latina, a fines de 1927, donde impartió una serie de conferencias en la Universidad. Su paso por tierras chilenas le inspira además algunos epigramas. Permítaseme recordar dos de ellos:


CHILE
Te arrulla el mar, te velan las montañas
Te arde la frente y por los pies tiritas:
con sus próvidas manos infinitas
Dios está removiendo tus entrañas

VALPARAÍSO, DE NOCHE
Se ha desprendido un trozo de cielo constelado.
Clavos de oro en tierra lo quieren sujetar,
pero no lo consiguen; poco a poco, inclinado,
va resbalando al mar.

Pasan los años y Gabriela Mistral, desde la embajada de Chile en Portugal, celebra la designación de Díez-Canedo como embajador en Uruguay y expresa su ilusión de que un giro de las circunstancias pudiera llevar a la familia con el mismo encargo, pero a Lisboa, junto a ella. Dedica su célebre poema Pan, parte de Materias —poema en el que, por cierto,descansa en gran medida el hermoso texto “El pan, la sal y la piedra”, que escribe Octavio Paz en 1988 para celebrar el centenario del nacimiento de la poeta—, a Teresa y Enrique Díez-Canedo, por la alusión del poema a viejas y distantes amistades. Pasan los años y desde Niteroi, en Brasil, Gabriela Mistral, quien ya ha sufrido el golpe del suicidio de su entrañable sobrino Yin Yin, destina parte de sus regalías a reponer las muy exiguas arcas de la familia Díez-Canedo —ya para entonces en el exilio en México—, por el gasto del pasaje de Lisboa a México de mi padre, a quien Gabriela conoció de niño, que había escapado de Madrid y aguardado en Lisboa a que mis abuelos reunieran el dinero necesario para el viaje.
Pasan los años y Gabriela Mistral escribe a mi abuela dándole el pésame por la muerte de su marido, con palabras de calidez y hondura que no sorprenden porque son precisamente aquellas cualidades de su mente y de su discurso que el amigo fallecido admiró desde su primer encuentro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querida Tere que buenop que compartes este discurso de Joaquín, señor vertical e íntegro, con el que tengo el honor de trabajar en el FCE. Un beso