La primera vez que me pegó mi marido. . .
Iniciar el blog de la semana con esta frase, me dije, sin duda va a llamar la atención; muchos me querrán leer e ir directo al chisme, pero creo que lo mejor será empezar por el principio.
A finales de enero emprendí mi huida a Egipto. Me la debía. No me podía morir sin tomarme una foto junto a –o cerca de- la esfinge ni dejar de oír
Aída junto al Nilo. Qué mejor que hacer la visita en invierno y, sobre todo, ver ahí a mi querido amigo Jaime Nualart de embajador. El embajador Nualart es un workaholic conocido, pero algún momento tendrá para ver a su amiga Tere, me dije.
En mejores manos no podía haber caído. Si bien mi plan era viajar con mi amiguísima Eloina desde Madrid, acabé viajando sola. Eloina, que ha visitado Egipto en múltiples ocasiones y es enciclopédica, ya tenía todo el itinerario pensado y hablado con Segundo, su agente de viajes. A última hora Elo me avisa que debe operarse y yo, después de múltiples consultas, decido emprenderla sola gracias a los inmejorables consejos y ayuda del Sr. Embajador.
Llegué un jueves por la noche tarde a la residencia de la Embajada de México en el Cairo. En el traslado desde el aeropuerto creí morir varias veces. El Cairo carece de semáforos y los coches, manejados por el mismísimo diablo, van como locos desmecatados cambiando de carril a la menor provocación. El jueves de la noche, además, es día de bodas y los chicos van sentados en las ventanillas de los autos con el jolgorio puesto. No: no están borrachos, pero lo parecen. Se supone que en un país islámico no se bebe.
En fin que luego de una rica cenita y deliciosa conversación, el Embajador me sugiere que me duerma un ratito porque debo salir nuevamente al aeropuerto a las 2:30 de la madrugada. Ya me había advertido Elva Guadarrama, brazo derecho del Embajador, que los vuelos eran muy temprano pero ¿4 de la mañana? No salí a Abu Simbel a las 4, pero sí a las 4:30 y, por supuesto, sin dormir.
De la monumentalidad de los templos de Egipto no necesito hablar, lo han hecho muchos antes que yo. Sin embargo, no puedo dejar de decir que me la pasé con la boca abierta durante las dos semanas escasas que duró mi estancia en el país. Francamente me niego a aceptar que la fachada de Abu Simbel sólo tenga 31 m. de altura. Frente a aquella magnitud jurarías que son al menos 100 los que te contemplan. Si, además, piensas que hubieron de trasladar todo el templo para que no fuera comido por la presa de Asuán, el asunto ya pertenece a la ciencia ficción y, por mucho que veas el traslado de aquello, pieza por pieza, rebanada por rebanada, en el
Discovery Channel, no aciertas a comprenderlo.
De Abu Simbel volví al avión para llegar a Asuán, conocer las presas, el lago Naser, el obelisco roto y abordar el Sun Boat I. Debo confesar que le tenía cierto miedo al asunto de crucero por el Nilo pues me mareo hasta en hamaca pero, ya en el barco, el viaje hasta Luxor es una delicia. Si bien el horario de las excursiones no es de la estatura de mi vida, Kom Ombo, Edfú, Esna, preámbulo de Luxor, no dejaron de asombrarme a cada paso. Además, con un guía como Alaa –eso de ir por la vida con el nombre de Alá, le dije- un guapísimo e inteligente nubio, nada puede estropear un viaje. Ya en anclados en Luxor, la excursión nos llevó al Valle de los Reyes y después a Karnak para terminar con una visita al templo iluminado de
Luxor by Night. Sólo la pérdida de la mayoría de mis fotografías del viaje me puso de mal humor.
De vuelta en Cairo y con un frío digno de mejor causa –convencida que tenía que hacer muchísimo calor en Egipto iba vestida como para ir a la playa- me vi acompañando al embajador al ballet. Me debe Aída junto al Nilo pero no Romeo y Julieta con dos espléndidos bailarines de nuestro Ballet Nacional de México. Blanca Ríos y Harold Quintero llenaron el teatro y se llevaron una gran ovación. No es la primera vez que son invitados a bailar con el Ballet Nacional de Egipto y quedaron emplazados para volver.
Al día siguiente la Sra. Azza me habría de conducir a la consabida visita a las pirámides y la esfinge. Después de preámbulos bien pensados, Azza, que me también me llevaría a ver la tumba de los dos hermanos –luego me enteraría no tenían nada de hermanos- empezó a preguntarme cosas que me extrañaron pues en ese momento no parecían tener nada que ver con nuestra visita. Para abrir boca me preguntó si en México había homosexuales, si conocía a parejas homosexuales y si podían casarse como le habían contado sucedía en algunas partes del mundo. Ante mi respuesta afirmativa, sorprendida de que esto no me fuera extraño, se sintió en confianza para contarme su vida. De ahí lo de “la primera vez que me pegó mi marido”. Ante la frase debe haberse percatado de que el asunto me había asombrado. “Notará que no llevo la cabeza cubierta, pero soy musulmana y sigo las enseñanzas de Corán.” Mejor oportunidad no podía encontrar para conocer algo de la vida de las mujeres en el Islam.
Pues sí, a la pobre de Azza, una mujer joven, gordita, con una niña de 9 años se le había ocurrido decirle a su marido que no sabía por qué las mujeres ganaban menos que los hombres cuando hacían el mismo trabajo. (Ella y su marido trabajan en la misma agencia de turismo y ella ha estudiado más y habla varios idiomas.) La primera vez que lo preguntó vio que él fruncía el ceño pero a la segunda le propinó una buena bofetada a la que siguieron muchas más. Después Azza confesó que era muy probable que su marido pronto tomara a otra mujer. Los musulmanes tienen derecho a tener 4 mujeres y su marido parecía entusiasmado con una chica de la agencia. Vuelvo a recordar la conversación cuando leo que con sólo decirlo de frente, la ley islámica permite la separación tenga efecto y que ahora
los juristas y teólogos ahora debaten si es posible extrapolar esta disposición al "e-divorcio". Ocho de cada 10 veces el hombre pide el divorcio en Egipto; no le hace falta acudir al tribunal, contrario a lo que le pasa a una mujer. Veo difícil el futuro de esta mujer que vive en un piso de la casa de sus suegros y que, si resulta divorciada, todo lo que ha aportado a la familia lo perderá sin ningún miramiento. “¿No tienes tu propia cuenta bancaria?”, le pregunté. “Aún no, pero lo estoy pensando.” “Pues ya no lo pienses más”, le aconsejé.
Azza también me cuenta de sus terribles recuerdos de la clitoridectomía que le hicieron al llegar a la pubertad y de cómo estaba tratando de evitarle a su hija el trauma. Habla de los 5 rezos diarios que hace, de las abluciones y del tipo de comida que prepara. Y así seguí escuchando sobre la vida de las mujeres en el Islam egipcio que yo había pensado
light.
Si a la visita de las pirámides añadimos la introducción al mundo musulmán, la visita cayó redonda. Con la enseñanza encima, vuelvo a la residencia de la embajada y me encuentro con un joven estudiante de 5º año de medicina al que expreso mi asombro sobre la lección del día y al que se me ocurre decirle, “por supuesto que tu no piensas que el mundo se creó hace 6 mil años”. “Todo buen musulmán lo cree”, me contesta para después enfrascarse en una larga discusión.
Tonta de mí, ya se sabe: sobre religión no se debe de hablar. Diría Bill Maher a su mesa de invitados en su programa
Real Time en HBO: A ver, ¿ustedes creen en la serpiente que habla?. . .