lunes, 28 de abril de 2008

LIZA MINELLI

No cabe duda que el Auditorio Nacional es un lugar inhóspito, pero dónde, si no ahí, se puede presentar un espectáculo como el de Liza Minelli. Debe costar un ojo de la cara traerla ya que también cuesta otro de tu bolsillo verla a una distancia más o menos decente.
Empiezo por el Auditorio porque en algún momento fuí directora de la primera galería de Bellas Artes que se afincó en ese recinto y recuerdo que me moría de frío sin importar la época del año de que se tratara. Su remodelación lo volvió visualmente más atractivo -si se quiere- pero no por ello resulta más amable. Esta noche se nos ocurrió ubicarnos en las primeras filas de uno de los balcones laterales donde si te sientas dejas de ver el escenario, pero, eso sí, las grandes pantallas te distraen lo suficiente para evitarte la necesidad de ver al artista que se presenta en vivo y en directo. Además, el sonido es como para sordos -o será que ya estoy muy mayor para apreciar lo que es bueno.
Ante esa afrenta, una Liza Minelli delgada y a menudo sin aire logró hacer del monstruo un acogedor cabaret. No puedo decir que me gustaron la mayoría de las canciones que cantó -me recordaron mucho a las de los musicales de mi época: a lo mejor te acuerdas de unas diez pero, musicalmente, los cientos que nos tragamos las quiceañeras de los cuarentas-cincuentas podrían tirarse a la basura sin problema o pérdida para la historia. Los cuatro cantantes-bailarines que salen con la artista son calcados de esa época, lo cual ya entra en mi nostalgia personal. Cualquier película de June Allyson, Gene Kelly, Debby Reynolds etc. tenía uno o varios grupos similares. Aquellos eran muy buenos y estos también lo son, pero como las canciones, no pasan la prueba del añejo. La Minelli nos explica: está haciendo un homenaje a su madrina Kay -o Kate-Thompson, en su momento factotum de Hollywood. Sería ella quien musicalizaría una gran cantidad de las películas de esa época. Con la explicación, las canciones y los cuatro chicos que la acompañan ya tienen su gracia.
Sea lo que fuese, cuando Liza canta, baila o sólo se mueve, llena la escena. Con un movimiento del brazo, el Auditorio entra en calor y el auditorio queda hipnotizado. La ves moviéndose con Fosse, la escuchas cantar desgarrándose la garganta con esa voz inconfundible de Cabaret y caes fascinado. Si a todo le añades la fantástica orquesta de jazz dirigida por Michael Alan Berkowitz la noche está hecha.

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