Esta es la definición de política que siempre me ha parecido más adecuada. El idealismo liberal de mis juventudes del que recibí tantos golpes me ha blindado a piedra y lodo. Por ello, al empezar a adentrarme en la campaña política de Estados Unidos, pensé que la más adecuada para encabezar la candidatura demócrata era Hillary Clinton. Tenía experiencia y un colmillo más que retorcido. Se las sabe todas. No importa de donde le llega el golpe: sea por la derecha o por la izquierda lo sabe esquivar y en la política llueven golpes; y no sólo desde la derecha o la izquierda.
En mi encuentro con Barak Obama retrocedo. ¿Nostalgia? Ahora leo a cuanto bloguero me merece la pena y los comentarios que suscita. El jueves pasado leía los del Washington Post anteriores al discurso del estadio de Denver y los cientos de notas contrarias al candidato a ungirse. Por su parte, el Economist de la semana pasada planteaba problemas demoledores, entre otros asuntos, una ingeniosa falta de especificidad (“ingenious lack of specificity”); una agenda que nunca se ha planteado reformas serias; alejado del estadounidense común y corriente y un pragmatismo que lo hace moverse al ritmo de la música que le tocan sin importar que sea liberal o conservadora. (Lo del pragmatismo no me parece necesariamente negativo.)
Sigo bajo el embrujo de Obama con la esperanza de recuperar mi juvenil idealismo.
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