lunes, 11 de agosto de 2008

IMPUNIDAD

Si usted está leyendo lo que aquí escribo, obviamente tiene una computadora enfrente. Si la tiene y vive en México, con toda seguridad, a lo largo de la semana pasada recibió innumerables correos acerca del secuestro y asesinato del joven Fernando Martí. Esto, que nos llegó directamente a nosotros, fue también difundido ampliamente por los medios escritos y electrónicos del país y el extranjero.
Destaca, por supuesto, la carta que dirige Alfredo Harp a la opinión pública en que pide que nos unamos “para exigir que nuestras autoridades de los tres poderes de la Unión, de los estados y municipios trabajen decidida y coordinadamente contra la delincuencia y en favor de la seguridad de las personas, para que en el corto plazo todos los mexicanos podamos vivir tranquilos”. “México -añade el empresario y filántropo- no merece esta realidad ni que la vivan las próximas generaciones. Es urgente un cambio. La impotencia invade a la sociedad civil."
También resulta interesante constatar que el asunto importa poco o nada a los que se dicen de izquierda. ¿Será porque los casos más sonados son los de los familiares de empresarios, luego no valen merece la pena señalarlos? ¿Qué hacer? ¿Realmente nos compete a nosotros delatar -como solicitan algunas autoridades? ¿Nos vamos a convertir en la sociedad delatora de vecinos como ocurrió en cierto país vecino?
La columna de Luis González de Alba en el Milenio de hoy refleja a un intelectual furioso. Hombre de izquierda pero repudiado por el ahora llamado Frente Amplio Progresista por haber osado corregir en algún momento a su santa laica, Elena Poniatowska, González de Alba ha evolucionado donde sus antiguös compañeros de viaje no lo han hecho, cito:
"la blandenguería lacrimosa ha prosperado desde 1968: la oratoria pobrista que enseñamos los sesentayocheros arraigó con furor . . . y en esa tierra bien abonada nuestra prédica floreció.
Impusimos en 68 nuestro derecho a marchar por las calles en manifestaciones pacíficas, ahora se pueden bloquear avenidas y carreteras cada que un grupo político (o de vecinos) se enoja por algo.
Hemos gritado a los cuatro vientos que no tiene la culpa el delincuente sino el que lo hace, ¿y quién lo hace si no es el sistema social?, lloriquean. Violo y mato porque fui niño golpeado… pero muchos golpeados no violan ni matan. No es hambre la que lleva a exigir seis millones de dólares por un jovencito de 14 años cuyo padre logró levantarse, de vender uniformes deportivos a llenar el país con tiendas Martí y gimnasios. Lo mataron porque sobrevivió el único testigo, lo cual nadie sabía… salvo los más altos mandos policiacos del DF, cómplices del crimen.
Los más robados no son los ricos, como sugiere con perverso colmillo El Loco López, sino los pobres: los asaltan en el camión, en el paradero, en calles sin vigilancia porque los policías están repartiendo volantes contra la inversión de capitales (aunque nadie desea invertir donde le pueden asesinar al hijo), los mata la policía de Ebrard en la disco para pobres.
Los melindres ya alcanzan límites de risa. Nos merecemos lo que nos está ocurriendo. Lo hemos estado pidiendo a gritos. Cada que justificamos maestros que se niegan a hacer exámenes, alumnos que exigen paso automático a las escuelas, luego al empleo y por último a la jubilación; cada que aceptamos un bloqueo de calles o argumentamos que “al delincuente lo hacemos”, cavamos un poco nuestra propia tumba, la de nuestros seres queridos. Debería ser delito esa apología del crimen diseminada por sociólogos.
El gobierno federal está absorto en el combate contra la droga. Pero no es la droga, sino su prohibición lo que produce la guerra de pandillas, la corrupción de la policía y las enormes utilidades. Si aceptamos el derecho de los adultos a meterse cuanto les venga en gana, podremos dirigir esas fuerzas contra la delincuencia que invade ya todas nuestras instituciones".
No me uno a los epítetos pero sí al argumento.
Por otro lado, Silva Herzog Márquez, familiar cercano, escribe también hoy en el diario Reforma:
"El Estado ha perdido soberanía pero sigue teniendo la capacidad de uniformar a sus cuadros, de entregarles armas y credenciales. Y esos emblemas estatales sirven como disfraz del crimen.No es extraño que la consecuencia de todo eso sea la más profunda desconfianza. Los crímenes más atroces son cometidos por quienes tienen la encomienda de cuidarnos. Sería imposible explicar el desbordamiento de la delincuencia sin advertir las redes de complicidad con distintas instancias gubernamentales. Por eso nos preguntamos con angustia ¿qué hay detrás del uniforme del policía? ¿Quién conduce la patrulla? ¿De quién recibe órdenes el oficial? ¿Qué harán con la información que les entrego? ¿A quién protege el regimiento? ¿Qué propósito tienen los operativos? El impacto de la suspicacia en el orden político es mayor de lo que comúnmente se acepta. No se trata de una simple medición de respaldo o popularidad: la confianza es el cemento del orden democrático. No hablo de fe, de credulidad, de aceptación ciega. Hablo de una cuota indispensable de confianza, del necesario insumo de colaboración. La llamo cuota indispensable porque, en la edificación de la legalidad estatal, es vital la participación de la gente y la comunicación entre los particulares y el gobierno. El alejamiento ciudadano, el abandono de todo compromiso público termina reforzando la ilegalidad. El círculo no encuentra escape: el Estado que no es capaz de asentar la legalidad pero sí puede aliarse con la ilegalidad, arrasa con la confianza. Y nada favorece tanto a la ilegalidad como esa huida.En ese círculo estamos atrapados: el Estado fracasa como proveedor de orden y se rehabilita como protector del crimen. Nuestra desconfianza nos encierra en el miedo que es la derrota."
Me uno a las protestas pero ¿sirve de algo?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay que leer la diatriba de LGdeA contra Monsiváis en Letraslibres. Bitchy