sábado, 15 de agosto de 2009

LO QUE NUNCA ESPERÉ

Anoche, como a las 2:00 de la mañana, sonó mi teléfono.
Una llamada a esas horas siempre preocupa. Algo ha pasado y no creo que sea bueno. Mi madre, pensé. Mis hijos. Ya con la mosca en la oreja, levanto el auricular y escucho el llanto y los gritos angustiados de una joven -así me sonaba la voz- diciéndome "¡mamá: ayúdame; hay un hombre; mamá!"
El asunto era horrible y, por fortuna, irreal para mí: mis hijas son mayores y están fuera. Yo no era la madre de la que gritaba. Además, ya nos han repetido una y mil veces que esto se hace para que vayas por una recompensa y pagues lo que sea para que suelten a tu hija o tu hijo. No era mi caso.
Temblando, colgué el teléfono. Segundos después, volvió a sonar. Ahora me habla un hombre y no recuerdo lo que me dijo. ¿Quién habla?, pregunté. "Quien habla no importa señora", contestó el individuo. Con esto, colgué el teléfono y lo dejé descolgado.
Debo haberme dormido alrededor de las 5 o las 6.
Yo sabía que ninguna de mis hijas me iba a hablar y tampoco reconocí la voz de quien lloraba, pero, ¿y si había alguien merodeando fuera de mi casa?
¿Y el caso de quien se lo cree y sale a entregar lo que sea -hasta la vida?
Sucede demasiado a menudo. A mi hermano le sucedió hace unos dos años. Hortensia había dejado a su hijo en la esquina del deportivo y media hora más tarde recibió el telefonazo. Estuvieron como locos hasta darse cuenta de que allí estaba, jugando al tenis.
¿Vamos a poder hacer algo?
No he salido de mi casa en todo el día. Estoy asustada.

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