He de confesar que en la adolescencia, padecía de cólicos menstruales severos que me tiraban uno o dos días al mes en cama. De eso no se hablaba en casa pero, obviamente, mi padre, Javier Márquez, se daba cuenta.
Director de Centro Monetario Latinoamericano (CEMLA), institución que había creado y dirigió durante 20 años, papá viajaba de tiempo completo a los países del continente y en cuanto se trataba de Bolivia debía ponerse a dieta unos dos meses antes: la altura y el peso no se llevan.
Un buen día, papá apareció con un frasco lleno de hojas. "Con estas, dijo, te haces un té y mano santa". Y aquel remedio fue realmente eficaz. Al primer dolorcito, me tomaba el té y estaba lista para irme a la escuela.
Seguramente, hoy no le habrían permitido el frasco con coca que yo me recetaba mes con mes y me habrían llamado drogadicta. Quizá no hubiera podido competir en las Olimpliadas, cosa que para mí habría sido una tragedia. Qué decir de mi reputación.
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