Mi amigo Marco Alcázar deleita a sus amigos con sus dichos -recuerdo aquel en que se lamentaba de no tener trabajo y, al buscarlo, ante la consabida e impertinente pregunta de "De dónde me llama", invariablemente contestaba: "de una casa de clase media baja de la Colonia Roma"- y los comentarios escritos su columna a forma de blog y enviada por correo electrónico que titula A volapié.
La semana pasada -hoy ya aparece otro comentario sobre los tranvías que están a punto de re-estrenarse- nos habla de una experiencia reciente ante una "fotografía que hacía evidente el paso del tiempo, en particular en las líneas del cuello" de Madonna. Al verla una jóven exclamó "¡ya enruqueció!" Marco, para empezar, se lanza a conjugar el verbo: enruquezco, enruqueces, enruquece, enruquecemos, enruquecéis, enruquecen. Después empieza a preguntarse cuándo se enruquece la persona. Dado que me siento experta en el tema luego de haber publicado un pequeño libro titulado Transición - Envejecer no es para cobardes, de la editorial Norma, y sufrido los estragos del tiempo, le repito que los hombres y las mujeres nunca nos sentimos viejos o rucos, son los otros quienes observan que la persona va añejándose. Pensadores como Simone de Beauvoir, Hesse, Bobbio y muchos más hablan de ello. Óscar Wilde, por ejemplo, señala que por dentro siempre somos jóvenes y lo que envejece es nuestra carrocería.
Nunca se ha encontrado con que, ante la pregunta impertinente sobre los años que tiene, en serio no recuerda su edad? Gide apuntaba que aún repitiéndose hasta la saciedad que tenia más de sesenta y cinco años, le era difícil aceptar esta realidad. Su voluntad y virtudes eran más exigentes pero seguían manifestándose. Más aún, sólo lograba convencerse era de que el espacio de sus deseos, su alegría y sus placeres se había reducido. Gracioso como es siempre, Juan Cueto escribe: “No sabes lo viejo, gordo, calvo y arrugado que estás hasta que te ves reflejado en el espejo implacable de tu clase del 42". Citando a Vicent, Cueto habla de la domesticación del espejo del cuarto de baño: “Mientras sólo te asomas a él durante el afeitado no notas el paso del tiempo porque únicamente te comparas con la imagen enjabonada del día anterior. Así no hay nunca que medir la evolución de tu decrepitud que es cosa de años o trimestres".
En fin, experta como soy, remitiré a Marco -y a todos- al paseo que hago ante el descubrimiento de la cruda realidad de enruquecer. Pretendo relatar brevemente, desde lo banal, es decir, la apariencia física y todo lo que se echa mano para conservar visos de juventud, hasta lo importante como son la falta de trabajo, la jubilación y la escasa pensión y el tema de la salud que empieza a preocupar. Si lo leen, ahí me platican. Mal de muchos consuelo de tontos y,todos hemos de envejecer. Considering the alternatives, mejor ser ruco y enruquecer bien.
1 comentario:
Bien por ti Tere, no cabe duda de que eres escritora de altos vuelos.
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