martes, 31 de marzo de 2009

ÉRASE QUE SE ERA

He estado muy atenta a la visita del Presidente Calderón y su esposa a Inglaterra en estos días y, como todo, me remite a una parte muy divertida de mi pasado.
Resulta que en el año de 1985, tuve la oportunidad de acompañar a mi entonces marido en la visita de estado que hizo el Presidente Miguel de la Madrid a 5 países: España, Inglaterra, Francia, Bélgica y Alemania.
La experiencia de dormir en Buckingham Palace es de esas cosas que cuentas a los nietos, sobre todo cuando ponen los codos en la mesa, cogen mal el tenedor, hablan con la boca llena o alguna monada de esas.
El viaje no es poca cosa: de acuerdo con el protocolo, cosas tan estrafalarias como guantes largos que en México no existen, sombreros que no se usan y lo mejorcito de mi guardaropa.
Igual que en días pasados, a nuestra llegada había banderas mexicanas e inglesas entrelazadas, llegamos a Buckingham en carroza y escuchamos a lo largo del camino música mexicana.
No todo es reir y cantar: el trabajo es duro y hay que estar atenta a todas las instrucciones que se enlistan en la salita junto al cuarto asignado: traje oscuro y vestido corto. Esto en cuanto a lo banal aunque luego, ya sabemos, la forma es fondo. Pero luego, ¿qué tal si te toca comer junto al Príncipe de Gales? Desconcierto. El personaje, seguramente con reloj en mano, habla media hora contigo y media hora con la señora del lado izquierdo y. . . ¡no dice nada! No sé junto a quien habrá comido la Sra. Carstens pero la conversación debe haber sido similar.
Creo que la persona que me pareció más inteligente fue la Sra. Thatcher, con cuya ideología nunca comulgué. En el número 10 de Downing Street, ofreció una recepción a la delegación mexicana y, sorprendentemente, vino a platicar conmigo. Recuerdo que me preguntó qué pasaba con los presidentes de México una vez concluido su mandato. Cuando le comenté que por reglas no escritas, no volvían a ocuparse de la política, me dijo que era una pena. Para los Primeros Ministros británicos, recibir los sabios consejos de aquellos que les habían precedido en el puesto, cualquiera que fuera su partido, era importantísimo.
De la experiencia escribo en Reinar después de Morir, donde me ocupo de la Princesa Diana entonces recién fallecida y a quien conocí en aquella ocasión.

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