lunes, 18 de mayo de 2009

¿VAS AL SUPER?

No debo nada. Mis adeudos en tarjetas de crédito se pagan religiosamente antes del vencimiento. Consciente de que hay cosas que no puedo dejar de pagar como la luz, el teléfono, la asistenta -me adhiero al término que usaba mi abuela- a quien le entrego íntegra mi pensión del ISSSTE, la comida normal, la gasolina y mi mantenimiento como paciente del cardiólogo, la ginecóloga, el dentista y el médico que se me atraviese en el camino, veo que mi tarjeta patrimonial se convertirá en cuenta corriente en pocos meses.
De ahí que, en estos tiempos aciagos de crisis múltiples y, como la mayoría de los habitantes del planeta, busco formas de ahorrar. Hace tiempo que desconecto lo desconectable en cuanto no lo estoy usando y coloco los horribles focos ahorradores para que baje mi recibo de luz -por si no lo hace, estas medidas me han funcionado muy bien. Compro, además, un vodka de $60 en lugar de uno de $200 que me parece igual de bueno y con esto me siento santa.
Ah, pero hay otras cosas en que soy un desastre. Por lo pronto, no debo ir al super, sobre todo, de ninguna manera debo pisar los grandotes. El otro día, en el SAMS vi unos colchones que no puede resistir para mis viejos camastros de Yautepec. Igual me los podía haber ahorrado. Ya de por sí todo está hecho un asco, ¿qué más dan unos colchones viejitos pero dignísimos?
Otro pecado que admito es que todo se me antoja. Esto, que sería un grave error para una persona que se dice de la dieta perpetua (casi la Vela Perpetua) -y la empieza los lunes para acabarla en martes-; es como pedirle al señor de la casa que haga el mandado: en lugar del aceite, la leche, los huevos y las verduras, se dedica a comprar camarones gigantes, callo de hacha, todos los quesos y embutidos, amén de uno que otro pastelito.
Me doy de coscorrones yo misma cuando regreso y veo lo adquirido. Hace un par de semanas, la revista Time se encarga de darme otro bien sonoro.
¿Qué debo hacer? Por una parte me tranquiliza diciéndome que si no me doy uno que otro gusto, me voy a empezar a deprimir y acabaré enfrentándome a la depresión comprándome, por ejemplo, un traje elegantísimo cuando ya me veo con hermoso huipil llevabas llorona -y eso que un huipil bonito no te cuesta menos de $6,000 del águila.
En el artículo de la revista arriba mencionada, Barbara Kiviat dice que para ganarle a la sicología del ahorro, tenemos que entender a dónde va lo que gastamos. Sus sugerencias me recuerdan los cuadernos de mi abuela: $2.00 tomates, $10 chuletas, etc. para terminar escribiendo: Doy gracias a mi hijo Joaquinito a quien Dios sabrá recompensar.
Pues sí, se trata de apuntarlo todo y buscar dóne se vende más barato. Hoy resulta imposible cambiarse de casa para ocupar una más barata pues no hay quien compre nada. (Apunto que la mía es muy pequeña.) Pero bien puedo buscar un seguro más económico para mi coche. (Los señores gastan más en su coche que en las vacaciones de su familia.) En cuanto a la comida, hay que olvidarse de los restoranes y las tiendas gourmet. Usar el metro o el camión es una solución para muchos que es difícil para mí por razones que no vale la pena explicar. Tampoco considero aconsejable caminar en esta ciudad sin banquetas y falta de seguridad. Pero siempre hay cosas que se pueden eliminar o suplir como, por ejemplo, irme a un salón más barato para que me corten el pelo, descartar las galletas que me gustan y engordan, ir a restoranes, etc.. La Sra Kiviat no esta de acuerdo con este tipo de ahorro pues piensa que mi estado de ánimo va a empeorar.
Para ahorrar en serio, hay que tener y mantener una buena disposición para ello. Si por cada peso que dejo de gastar, dice, metes cincuenta centavos en un cochinito -o en el banco- para comer fuera con tus amigas, ya no me voy a deprimir.
También me recuerda que debo pagar con efectivo, olvidar la tarjeta de crédito y pensar bien lo que voy a comprar. Si la oferta del asador te resulta tentadora y regresas a casa para pensarlo mejor, seguirás usando el viejo, como también los colchones de los camastros.
Pienso en eliminar periódicos y revistas y la idea la descarto de inmediato. Pondero: puedo eliminar los que puedo ver gratuitamente por internet. En televisión gasto demasiado pero, por otro lado, rara vez voy al cine.

Creo que es el momento de volver a buscar empleo en serio.

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